Revista Latinoamericana de Difusión Científica
Volumen 5 – Número 8 – Enero/Junio 2023- ISSN 2711-0494
Jesús Morales // Víctima, victimario y el tercero espectador… 191-217
Wierviorka (2009), indica que la violencia y, en específico la violencia escolar, además de
fenómeno multifactorial sustentado en la fuerza difusiva de las redes sociales, también
contiene componentes históricos y culturales que refuerzan el accionar hostil de unos sobre
otros, sin remordimiento alguno; de allí que se entienda a la violencia como “la suma de
factores y de actos individuales, eventualmente o no aislados que expresan el vacío social,
político e institucional, cuyo contexto la vuelve posible e incluso, a los ojos de su
protagonista, legitimada” (Wierviorka, 2009: 88).
Posiciones recientes plantean que, la pérdida de pertinencia de la institución
educativa, ha ocasionado el despliegue de modalidades de violencia, como contrarespuesta
a los prejuicios y la discriminación, pero además, ante el etiquetamiento recurrente y el uso
de arbitrariedades de sus autoridades; frente a este panorama, emerge la movilización de
confrontaciones graves, revueltas y maltratos silenciosos que entrañan como objetivo exigir
el trato igualitario, respetuoso y digno. Esto como resultado de las tensiones sociales y
culturales dadas en todos los contextos, tiende a reducir la tolerancia y la generación de un
clima de anárquico, manifestaciones a las que se entienden como estrategia perpetrada por
aquellos que sintiéndose excluidos, procuran que se les visibilice y reconozca en un acto de
justicia e igualdad de condiciones (Morales, 2020a; Olweus, 2020; Sen 2007).
Para Torres (2013), la violencia que se da en el contexto educativo responde a la
integración de una serie de disfuncionalidades provenientes de la familia y la sociedad en
general, que son reproducidas en modelos agresivos que, por lo general, giran en torno a
dos figuras centrales, quienes dominan y los subordinados, considerándose los últimos
como víctimas y observadores, quienes directa o indirectamente se convierten en
depositarios de violencia en sus diversas manifestaciones (Redorta, 2005). En tal sentido,
familiarizarnos con el proceder de cada sujeto que integra la triada de la violencia escolar,
demanda la comprensión de las relaciones de dominación y la organización jerárquica que
se da en la escuela como territorio en disputa (Baños, 2005), en el que se reproducen formas
de organización social que demandan reconocimiento y aceptación.
Lo dicho obliga la referencia al choque de identidades que se dan en el contexto
educativo, en el que los modos de vida, los estilos de crianza y los procesos de
relacionamiento generan un choque que configuran las condiciones para que emerjan una
serie fuerzas que pretenden convivir, sin dejar de su pertenencia a determinado grupo social
1
94