Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 2  Número 3  
ISSN 2711-0494  
Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 2 - Número 3  
Julio - Diciembre 2020  
Bogotá Colombia  
Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 2 Número 3 - ISSN 2711-0494  
Jesús Alberto Márquez Ramírez// Fundamentos filosóficos de la democracia…83-102  
Fundamentos filosóficos e ideológicos de la democracia en los siglos  
XIX y XX  
Jesús Alberto Márquez Ramírez *  
RESUMEN  
Se analizan algunos fundamentos filosóficos e ideológicos de la democracia en los siglos XIX y XX,  
a partir del estudio de los postulados de varias doctrinas modernas acerca de este sistema de  
gobierno. Para ello se toma en cuenta la doctrina del positivismo, liberalismo, socialismo,  
anarquismo y la doctrina social de la Iglesia. También se toma como referencia, concretamente en  
el siglo XX, los aportes de Sartori para la comprensión del sistema democrático en Occidente. Se  
concluye que la mutación discursiva de la democracia no significa necesariamente una distorsión de  
sus postulados básicos: se trata de la simbiosis que se da entre las mentalidades o paradigmas  
dominantes de la política de una época determina, las mutaciones ideológicas adelantadas por los  
teóricos de la democracia y las condiciones materiales donde se insertan estos procesos objetivos  
y subjetivos.  
PALABRAS CLAVE: democracia, fundamentos filosóficos, liberalismo, positivismo, socialismo.  
Philosophical and ideological foundations of democracy in the XIX  
and XX centuries  
ABSTRACT  
Some philosophical and ideological foundations of democracy in the XIX and XX centuries are  
analyzed, based on the study of the postulates of various modern doctrines about this system of  
government. For this, the doctrine of positivism, liberalism, socialism, anarchism and the social  
doctrine of the Church are taken into account. Sartori's contributions to the understanding of the  
democratic system in the West are also taken as a reference, specifically in the XX century. It is  
concluded that the discursive mutation of democracy does not necessarily mean a distortion of its  
basic postulates: it is about the symbiosis that occurs between the dominant mentalities or paradigms  
of politics of a determined time, the ideological mutations advanced by theorists of the democracy  
and the material conditions where these objective and subjective processes are inserted.  
KEY WORDS: democracy, philosophical foundations, liberalism, positivism, socialism.  
*
Profesor de la Universidad Popular del Cesar, Colombia, jemar1954@yahoo.com  
Recibido: 14/02/2020 Aceptado: 10/04/2020  
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Introducción  
Las democracias no son sencillamente una forma de estado y de gobierno en sentido  
puro, son en esencia y existencia una ideología política, esto es, al decir de Chaverra (2015):  
(…) un conjunto de ideas sociales, morales, económicas y culturales que sirven como  
marco interpretativo y prescriptivo de los hechos políticos y sociales. En otras palabras, las  
ideologías políticas son el fundamento y sentido de las relaciones, grupos y hechos sociales  
y políticos” (2015: 72). En consecuencia, las poliarquías históricamente existentes estarán  
modeladas siempre por un conjunto de ideas y valores de diversa índole que terminan por  
condicionar sus procesos, metas, alcances y resultados, en lo objetivo y subjetivo de las  
representaciones sociales. Por esta razón, la relación que se teje entre democracia e  
ideología no es necesariamente peyorativa sino consustancial y, por tal motivo las  
democracias se erigen, en último término, en una filosofía de vida que orienta la existencia  
de personas y grupos por igual en su búsqueda recursiva de libertad, justicia y equidad.  
Las primeras poliarquías desarrolladas en América del Norte y otros países de  
Europa Occidental tuvieron en el estado liberal su andamiaje institucional. En consecuencia,  
muchos elementos diferenciaban significativamente a las primeras democracias liberales de  
los anteriores estados absolutos gobernados por monarquías nobiliarias que justificaban su  
condición de clase dominante en el derecho divino, según el cual el monarca gobernaba  
porque “esa era la voluntad de Dios.” En contraste, el Estado liberal es un Estado laico,  
sustentado en el derecho natural y en la soberanía popular como principio activo de la acción  
de gobierno; proclama al individuo ciudadano como protagonista del sistema político, y como  
persona humana revestida de dignidad, dignidad que el estado debe proteger y resguardar  
ante cualquier amenaza.  
A continuación, se analizan algunos fundamentos filosóficos e ideológicos de la  
democracia en los siglos XIX y XX, a partir del estudio de los postulados que varias doctrinas  
modernas han generado para interpretar este sistema de gobierno. Para ello se toma en  
cuenta la doctrina del positivismo, liberalismo, socialismo, anarquismo y la doctrina social  
de la Iglesia. También se toma como referencia, concretamente en el siglo XX, los aportes  
de Sartori para la comprensión del sistema democrático en Occidente.  
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1. Estado liberal, positivismo y democracia  
A pesar de sus logros inusitados como bandera ideológica de las principales  
revoluciones políticas y económicas sucedidas entre los siglos: XVII, XVIII y XIX, tales como:  
las reformas protestantes, la revolución industrial, la emancipación de las trece colonias  
anglo americanas, la revolución francesa, y como prolongación de todo lo anterior las  
independencias de Iberoamérica, el estado liberal clásico experimenta una crisis estructural,  
que intentó ser gestionada en el siglo XIX y XX por dos perspectivas muy diferentes: la  
reformista y la revolucionaria.  
A juicio de Vallès (2006), el estado liberal nació con un conjunto de contradicciones  
que limitaban o impedían su evolución democrática. Esencialmente, concebía la comunidad  
de ciudadanos como una mera asociación de propietarios y, por lo tanto, el orden  
sociopolítico y económico se basaba en el respeto a la propiedad privada y en la no  
intervención del estado en las transacciones privadas entre agentes económicos. En este  
esquema, el estado se limitaba a la condición de árbitro y gestor del conflicto social que se  
daba entre individuos soberanos, razón por la cual no estaba entre sus propósitos alterar  
de ningún modo el statu quo para proteger a los grupos vulnerables o en condición de  
emergencia social de la inclemencia del mercado.  
En este contexto, el descontento social se incrementaba ante un sistema político que  
era incapaz de garantizar un umbral mínimo de bienestar social y que no protegía a los  
grupos vulnerables como las masas trabajadoras de los abusos de poder que se cometían  
cotidianita en las relaciones laborales. “El mismo éxito del capitalismo llevaba a la  
concentración de la propiedad y de la influencia económica. Con ello, las desigualdades  
entre los actores se agudizaban” (Vallès, 2006: 94). Del mismo modo, la formación  
discursiva de una supuesta igualdad entre todos los ciudadanos, les había permitido a los  
grupos sociales subordinados organizarse en sindicatos, asociaciones civiles y hasta  
partidos políticos que articulaban sus fuerzas para rechazar el hecho de que la actividad  
política estuviera encausada a preservar los intereses y privilegios de una minoría, de allí  
que los marxistas terminaran hablando de una democracia burguesa, como modelo liberal  
a superar.  
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Tal como explica Vallès (2000), el modelo liberal clásico puede identificarse por su  
incapacidad para gestionar satisfactoriamente los conflictos sociales surgidos por los  
desiguales repartos de valores. En consecuencia, su acción fue considerada como injusta  
por diversas corrientes democráticas que reclamaban derechos a unas condiciones de vida  
justas, al sufragio universal, y mayor participación en los espacios de poder. A la vanguardia  
de estos grupos contestatarios se encontraban los movimientos socialistas y bonapartistas  
(
autoritarios) que apostaban por el desarrollo de un cambio integral o de un cambio radical  
las elaciones asimétricas de poder masas-elite.  
En el caso latinoamericano, los grupos inconformes por ante el estado liberal y su  
economía capitalista tardaron, en líneas generales, mucho más tiempo en organizarse  
políticamente, toda vez que la condiciones políticas y económicas de las sociedades del sur  
son muy diferentes a las que se dan en las sociedades centrales del occidente hegemónico,  
donde los procesos de industrialización y modernización del Estado y la sociedad se  
experimentaron de forma integral y no segmentada. En Latinoamérica el declive del modelo  
liberal clásico, luego de los procesos de formación de los Estado nacionales  
independientes” fue afrontado por la corriente positivista.  
La ideología positivista se constituyó para la segunda mitad del siglo XIX, en la  
doctrina transversal que orientó las concepciones del Estado y la sociedad en la región y, al  
mismo tiempo, determinó el desarrollo de las políticas públicas a implementar. Para  
Lombardi (1989), una vez alcanzada las independencias políticas prevalece el interés de  
organizar internamente a las nacientes repúblicas, en este afán se impone el positivismo de  
Augusto Comte como un sistema de pensamiento seudocientífico que se nutre de las  
doctrinas políticas, económicas y sociales más avanzadas y mejor elaboradas del momento.  
En este momento el programa positivista tenía objetivos muy claros, se trataba de emular  
en las sociedades premodernas del sur, las experiencias de progreso que caracterizaban el  
movimiento de la historia occidental y que hizo posible los fenómenos de las revoluciones  
burguesas y la revolución industrial, tanto en Europa como en EE. UU.  
El programa positivista definía una dicotomía básica a modo de conflicto primario  
entre dos fuerzas de carácter antagónico: civilización vs barbarie. La civilización era  
considerada por sus ideólogos eurocéntricos como la forma tecnológica y moralmente más  
avanzada de impulsar las capacidades materiales de una sociedad determinada; era el  
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momento positivo de la historia donde los saberes científicos al servicio de la humanidad  
habían derrotados a las supersticiones metafísicas y teológicas propias de la era  
premoderna. El máximo exponente de la civilización eran las sociedades centrales del  
occidente, gobernadas por la etnia blanca bajo preceptos racionalistas. Por el contrario, la  
barbarie era encarnada, en este sistema de pensamiento, por los negros, indios y mestizos  
de la región, que, con sus identidades culturales y particulares modos de vida se suponía  
obstaculizaban el avance continuo de la civilización. Por tal motivo, el positivismo postulaba  
a modo de receta macro-política emular en su sentido ontológico profundo, las prácticas,  
instituciones e ideas del norte global en el sur global como única forma posible de lograr la  
modernidad-evolución-desarrollo.  
No había conflicto doctrinal alguno entre el pensamiento liberal ilustrado dieciochesco  
y el positivismo decimonónico -quizá podría afirmarse que el positivismo es otra fase del  
liberalismo-, en ambos casos se apostaba por el desarrollo ilimitado de las fuerzas  
materiales, el control-explotación de la naturaleza para el bienestar del hombre y la fe en la  
razón y el conocimiento científico como herramientas fundamentales para apuntalar el orden  
y el progreso de forma universal. En palabras de Jiménez (2008):  
Lograda la emancipación frente al poder político de la Colonia, era perentorio alcanzar  
la independencia cultural, ideológica, religiosa, social; era indispensable salir del  
atraso, de la marginalidad del retroceso que había impuesto la colonización española;  
era vital transformar la educación con el fin de fortalecer la nación; era importante  
explotar las riquezas y construir vías de comunicación; era esencial poner como meta  
la transformación de la nación en una sociedad industrial. Así las cosas, el positivismo  
vino a convertirse en uno de los factores que pretendieron dar orden constructivo y  
orden mental a las nuevas Naciones Americanas” (2008: 100).  
No obstante, resulta paradójico al menos desde nuestra perspectiva actual, ver como  
el programa positivista resultó en muchos aspectos contradictorio y negador de las  
realidades socioculturales del sur. Si bien es cierto, por una parte, pretendía impulsar la  
independencia cultural, ideológica, religiosa y social de las naciones latinoamericanas, por  
la otra, negaba las condiciones materiales y simbólicas que dotaban de sentido y significado  
a estas sociedades mestizas y poli-culturales. Por lo demás, suponer que la única vía  
posible para lograr unos niveles aceptables de orden y progreso estaba en emular los  
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procesos históricos del norte global, sucedidos en condiciones y realidades totalmente  
diferentes, era cuanto menos un sin sentido político y filosófico, que retrotraía a la escuela  
positivista a postular las premisas del progreso, no desde el diagnóstico empírico de  
realidades dinámicas y heterogéneas, sino desde posturas dogmáticas racistas y  
excluyentes.  
En la posición liberal, el énfasis estaba, al decir de Casella (2012), en la libertad del  
individuo y en la defensa a ultranza de unos derechos civiles y políticos que se han venido  
forjando a lo largo de los últimos siglos como haberes sociales. Por el contrario, en el  
contexto de la crisis decimonónica del estado liberal, va a cobrar forma otra ideología  
política, identificada al igual que el positivismo, con la modernidad y el materialismo  
filosófico, nos referimos al socialismo cuyo énfasis ya no estaría en el individuo sino en la  
colectividad y, en consecuencia, abogaría por la propiedad colectiva de los medios de  
producción, por el arribo al poder de las masas trabajadoras en la escena internacional y la  
disolución de la propiedad privada. Si para el liberalismo la libertad del hombre ante todas  
las formas de arbitrariedad y despotismo fue la prioridad, para el socialismo, por su parte,  
el principal desafío histórico radicaba en la construcción de una sociedad de iguales, libre  
de la explotación del hombre por el hombre.  
2. Socialismo, anarquismo y democracia  
Parra (2012), señala que existen en el siglo XIX distintas corrientes socialistas, que  
van desde el llamado socialismo utópico primero, al socialismo de transición, hasta llegar al  
socialismo científico, momento en el cual el marxismo se posicionaría como factor  
hegemónico. La diferencia sustancial entre cada una de estas corrientes es que van  
mutando de posiciones moderadas que apuestan por el sufragio universal como forma  
legítima de acceder al poder, hasta visiones mucho más radicales que promueven la  
revolución violenta del proletariado como única vía de despojar a la burguesía del control  
del Estado. En este orden de ideas, Parra (2012), explica que:  
El socialismo no tuvo en América Latina el mismo origen que presentó en Europa. En  
los países europeos la industrialización creó una clase obrera o proletaria, cuya  
experiencia de explotación llevó a un sector de la intelectualidad burguesa a proponer  
las ideologías socialistas del primer tercio del siglo XIX. América Latina entró en  
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contacto con los planteamientos socialistas mediante una “implementación” llevada a  
cabo por emigrantes europeos y precursores autóctonos que conocieron de cerca la  
agitada dinámica política y social de Europa” (2012: 47).  
Para la segunda década del siglo XX, concretamente en 1917 el país con la extensión  
territorial más grande del mundo experimenta en su seno una revolución marxista socialista  
que llevaría al partido de los trabajadores (bolchevique) a arrebatarle el poder violentamente  
a la monarquía zarista para implementar una sociedad socialista, en la que se suponía ya  
no existirían más divisiones de clases y donde el control de la economía resultaría no de las  
fuerzas invisibles del mercado, sino de una ardua planificación racional y de un arduo  
proceso de industrialización para superar la economía feudal del país. Rápidamente el  
ejemplo revolucionario de rusia, al igual como fue con el estado liberal en el siglo XVIII, se  
adaptaría a otras realidades y contenientes, con un resultado antidemocrático bien conocido  
por todos, que terminaría deteriorando aún más las condiciones de vida y derechos  
fundamentales de ciudades y naciones enteras, tal como indica (Mazower, 2017).  
En este panorama al mismo tiempo ideológico y político, se deben responder en  
principio dos preguntas concretas: ¿Posee el socialismo llamado científico una teoría en  
torno al desarrollo democrático de las sociedades? De ser afirmativa la repuesta: ¿qué  
aportes o contribuciones efectuó el socialismo a las teorías y prácticas democráticas del  
siglo XX? Las repuestas no son sencillas, de hecho, existen posiciones encontradas al  
respecto en los investigadores. Según Sartori (1989; 1993; 2009), no existe en la corriente  
socialista marxista una teoría de promoción de la democracia en el sentido moderno del  
concepto, discurso que argumenta la primacía del individuo-ciudadano como eje primario  
del sistema político bajo la protección del estado de derecho. A su modo de ver, en el  
socialismo se da una negación de la democracia por considerarla la forma burguesa de  
gobierno por antonomasia. Por lo tanto, ante el individuo ciudadano, superpone al sujeto  
colectivo pueblo o proletariado en tanto “actor mesiánico” responsable de liderar los  
procesos revolucionarios. Ante la propiedad privada, contrapone la propiedad estatal o  
colectiva y, ante los derechos políticos y libertades civiles fue configurando una normativa  
de derechos sociales y económicos que terminan por diluir al ciudadano ante la impronta de  
la colectividad en abstracto.  
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No obstante, otros autores visualizan en la teoría socialista marxista una suerte de  
profundización de las experiencias democráticas de base para limitar las distancias que  
separan a las comunidades organizadas del ejercicio del poder, ello a contravía de lo  
sucedido en el siglo XX, con el llamado socialismo real devenido en totalitarismo puro y  
duro. Por lo tanto, desde esta perspectiva benévola o ingenua en el socialismo subyace una  
teórica del gobierno del pueblo o poder del pueblo que tributa significativas contribuciones  
a las poliarquías contemporáneas ¿Cuáles son estas contribuciones? Este es el caso de  
Benítez (2012), quien argumenta en su trabajo que la correlación negativa en democracia y  
un orden económico en el que los medios de producción se encuentran abrumadoramente  
controlados por el estado es solo aparente, todo va a depender de la concepción que se  
tenga de la democracia. Para él, la conexión que existe históricamente entre capitalismo y  
democracia en los estados liberales es circunstancial o aleatoria, en todo caso no niega el  
desarrollo de otras experiencias democráticas ahí donde se estructuran sistemas  
económicos planificados de carácter socialista. Concluye que en las democracias liberales  
el ciudadano es esencialmente un consumidor que se limita a observar las relaciones de  
poder sin participar realmente en el aparato de toma de decisiones vinculantes; por el  
contrario, bajo ciertas condiciones el socialismo puede ser mucha más democrático en razón  
de su carácter igualitario y particularista de las relaciones económicas que en él se  
engendran, para articular una ciudadanía material en un clima de justicia y equidad.  
En esta línea de pensamiento radical se va posicionando, de igual modo, en los  
imaginarios colectivos de la política internacional otra corriente enfrentada en sus  
postulados y doctrinas, simultáneamente al liberalismo y al socialismo, no referimos al  
anarquismo o gobierno de la libertad que, desde la época de la primera internacional  
fundada en Londres en 1864, se disputa con el marxismo la condición de monopolio  
ideológico de las masas trabajadores para su emancipación. El anarquismo significado  
vulgarmente como desorden o caos es una doctrina filosófica política con ideas bien  
estructuradas sobre el estado, la sociedad y la vida en libertad que bien vale la pena  
relacionar con la democracia moderna.  
En la doctrina anarquista clásica de la autoría de Mijaíl Bakunin (1814-1876), el  
obstáculo más grande que se opone al ejercicio de la libertad plena en la persona humana  
es el Estado. Por tal motivo, los anarquistas también llamados socialistas libertarios  
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promueven la disolución de toda forma de estado y la creación de un orden social post-  
estatal, en el cual no existan más autoridades verticales que coloquen a personas y grupos  
por encima de otros, de ahí que se defienda el asociacionismo horizontal entre personas  
libres e iguales para desarrollar las actividades políticas de toda comunidad, tales como:  
gestión de conflictos, organización del trabajo y administración de recursos compartidos. Al  
igual que en el socialismo las ideas anarquistas tuvieron en la primera mistad del siglo XX,  
una gran acogida en América Latina, por parte de grupos radicales partidarios de la libertad  
plena y del empoderamiento de las clases trabajadoras más allá de los fracasos del  
socialismo real. Es en este momento que surgen tendencias como el anarcosindicalismo,  
muy arraigadas en países como Argentina y Uruguay.  
La teórica del anarquismo está en la negación del Estado. Esta premisa es aceptada  
por todos los adversarios decididos del principio de autoridad. Pero no basta con  
declarar que los revolucionarios deben emprender, como tarea previa, un ataque tenas  
y continuo contra ese órgano de tiranía, al servicio de la clase privilegia, que encarna  
y perpetua a través de los cambios de sistema la esclavitud del obrero y la sumisión  
del ciudadano a la autoridad de los mandones. El estatismo existe hasta en las formas  
menos conocidas del concierto económico, porque es causa y efecto de la explotación  
del hombre por el hombre” (López, 1990: 80).  
El anarquismo propone una forma de democracia radical de base y coloca a las  
masas empoderadas y organizadas en el autogobierno de sus espacios de producción y de  
convivencia. De forma similar con la democracia directa de los antiguos, se opone a  
cualquier forma de intermediación entre las masas y los órganos del poder vinculante. Al  
igual que en el liberalismo ilustrado, se concentra en el modo de lograr la máxima libertad  
posible para personas y comunidades por igual; no obstante, da un paso más allá porque  
no se conforma con el diseño de dispositivos de regulación del poder, tales como: la  
separación de poderes o el estado de derecho pensados para impedir la posible denegación  
arbitraria del estado, sino que apuesta por su disolución definitiva en tanto órgano de tiranía  
para la esclavitud y sumisión del ciudadano común.  
En nuestro criterio, no está suficientemente clarificado las características y contenido  
ontológico concreto de un ordenamiento democrático postestatal, lo que no significa que no  
se posible y viable su materialización al menos en el plano teórico y filosófico. De cualquier  
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modo, la filosofía anarquista se constituye en un referente claro para todas las corrientes  
filosóficas de carácter emancipador y de contrahegemonía, que como: la teoría crítica de la  
sociedad, de la prominente escuela de Frankfurt, el feminismo, el neomarxismo, el  
posestructuralismo y la postmodernidad basaron su programa reflexivo en la negación del  
orden establecido, no solo en lo político, sino también en lo sociocultural, filosófico y  
epistemológico como condición de posibilidad para imaginar alternativas y propuestas en  
función de la re-dignificación de las personas que, como las mujeres, los migrantes, los  
sexodiversos, los indígenas, campesinos y los negros, entre otros, seguían marginados y  
violentados en pleno siglos XX por todos los sistemas políticos, tanto liberales como  
socialistas.  
Por estas razones, si nos toca responder a la pregunta ¿Cuál es el aporte del  
anarquismo a las poliarquías contemporáneas? Todo indica que radica en la puesta en  
marcha de un conjunto de dispositivos de pensamiento crítico, creador y asociativo que al  
tiempo que subvierten los paradigmas hegemónicos idean otras vías en función del logro  
de más y mejores experiencias de libertad. Sin duda, un discurso así es fundamental cuando  
lo que se trata es de superar la esclerosis en las doctrinas y prácticas de democracia  
existentes que se limitan a lo procedimental.  
Desde la antigüedad hasta al advenimiento de las poliarquías contemporáneas, el  
ideal democrático siempre ha estado presente en las preocupaciones de los principales  
pensadores del fenómeno político-, interesa dar cuenta de ciertos planteamientos que se  
encausaron a reformar las democracias liberales para dar respuesta a las necesidades  
económicas, sociales y culturales de un conjunto de grupos heterogéneos, para los cuales,  
el programa filosófico de la modernidad no significó una mejora sustancial a su condición  
de vida, grupos como los mencionados en párrafos anteriores.  
Entre estos planteamientos que fungieron como una suerte de puente entre las  
agendas del socialismo real y las democracias occidentales, destacan luego de finiquitada  
la segunda guerra mundial en 1948: la democracia social, la declaración universal de los  
derechos humanos, el estado de bienestar y la doctrina social de la Iglesia desarrollada  
sistemáticamente por distintas encíclicas papales desde las postrimerías del siglo XIX,  
doctrina que nos detendremos a analizar sucintamente a continuación.  
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3. Doctrina social de la Iglesia y democracia  
La preocupación fundamental de la doctrina social de la iglesia es, sin duda, la  
cuestión social invisibilizada por las democracias liberales y asumida de forma  
propagandística por los socialismos reales, no obstante, esta preocupación radica como  
bien señala el papa Pablo VI en la encíclica Populorum Progressio:  
Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud,  
una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda  
opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombre; ser más  
instruidos; en una palabra, hacer, conocer, y tener más para ser más: tal es la  
aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran número de ellos se ven  
condenados a vivir en condiciones que hacen ilusorio ese legítimo deseo” (Citado por:  
Garrido, 2018: 02).  
Esta preocupación se expresa en la doctrina social de la iglesia en, por una parte,  
denunciar las condiciones de pobreza y precariedad que en el mundo moderno siguen  
impidiendo la dignificación de la vida en la mayoría de las personas y, por la otra, coadyubar  
desde el catolicismo militante, al logro de un sistema democrático que garantice la seguridad  
de la subsistencia, proporcione salud a modo de un servicio público accesible para todos,  
intervenga ante las situaciones que ofenden la dignidad del hombre, procurando  
paulatinamente su mayor instrucción fuera de toda opresión. Filosóficamente hablando esta  
doctrina traduce la moral cristiana a un discurso humanista solidario, que postula la  
necesidad de mayor conciencia moral entre los hombres y coloca los avances en materia  
de ciencia y tecnología al servicio de progreso verdadero de la condición humana, en  
material y espiritual (Pontificio Consejo «Justicia y Paz», S/f.).  
Por los argumentos descritos no es descabellado suponer que la doctrina social de  
la iglesia sea el antecedente primordial de lo que hoy se conoce como democracia  
sustantiva o democracia de resultados, que al decir de Quiroga (2000) formula el problema  
democracia básico con la siguiente pregunta: “¿Una sociedad democrática debe  
preocuparse únicamente por la libertad individual, dejando de lado el bienestar general, o  
bien debe sostener una idea sustantiva del bien común?” (2000: 363).  
Antes esta interrogante el autor concluye que, la democracia no debe limitarse al  
mantenimiento de sus procesos jurídico-institucionales únicamente, tiene a su vez una  
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responsabilidad ética fundamental en torno al bien común que se traduce en proporcionar a  
todos y cada uno de los ciudadanos unos niveles mínimos aceptables de prosperidad  
económica y social que los posicione de forma sostenida por sobre el umbral de pobreza y  
precariedad (Parra, 2020); de lo contrario el proyecto democrático en sus variadas  
expresiones y modalidades sería una ficción condenada al fracaso. De modo que, una  
democracia sustantiva es aquella que conjuga en igualdad de condiciones los derechos  
políticos y las libertades civiles, con el goce y disfrute efectivo de los derechos económicos,  
sociales y culturales, lo que se manifiesta en una ciudadanía formal y en una ciudadanía  
material concreta. Es precisamente con la idea de a asumir plenamente su responsabilidad  
social que las constituciones contemporáneas, como es el caso de Colombia y Venezuela,  
proclaman de forma taxativa el advenimiento de un Estado social de derecho y de justicia  
que significa, al menos en la doctrina, la evolución del Estado de bienestar, para construir  
pesimamente un contrato social de cara al bienestar.  
Como se puede comprender las poliarquías del mundo de hoy son el resultado de la  
articulación dialéctica de distintas filosofías y posturas ideológicas, que se encuentran o  
alejan irremediablemente según el caso, en cuanto a puntos centrales como sus  
concepciones del mundo político y su posición en torno al alcance y significación del  
gobierno del pueblo. Que esto sea así, no reduce a la democracia como constructo teórico  
y realidad política concreta, a ser un mosaico incoherente de posturas contrapuestas, todo  
lo contrario, al ser la democracia un sistema que asume las diferencias de toda índole como  
un valor agregado de las sociedades humanas identificadas por su diversidad esencial, es  
totalmente admisible entonces que la democracia tenga la capacidad como sistema tenga  
la capacidad de integrar a su núcleo gnoseológico y axiológicos, los aportes que emergen  
de distintas corrientes del pensamiento moderno.  
4. Los estudios de Sartori sobre la democracia  
Giovanni Sartoria y Norberto Bobbio, son parte de una escuela politológica que se  
aproxima mucho más a la filosofía y a la historia que a la tradición positivista y conductista  
que sirvió de base fundacional a la ciencia política norteamericana en la primera mitad del  
siglo XX. Lo que no significa que su programa de investigación en Ciencia Política no se  
haya desarrollado mediante el arqueo detallado de evidencia empírica tangible. Se trata en  
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ambos casos, de una concepción humanista e interdisciplinaria que terminó por tributar  
grandes saberes al servicio del estudio y comprensión de la democracia, constructo que  
subsume en su interior más de 2400 años de tradición política y reflexión filosófica  
prescriptiva para el logro del gobierno del pueblo, en libertad y equidad.  
En el caso preciso de Sartori, podría afirmarse sin lugar a dudas que el problema  
democrático acabó funcionando con el eje trasversal de su basta producción científica y  
filosófica, en un universo epistémico que rebasa o disuelve los bordes de la ciencia política  
convencional y, simultáneamente, configura un espacio simbólico de conocimiento que nos  
gusta definir como epistemología política, porque conjuga en igualdad de condiciones  
teorías y metodologías provenientes de variadas disciplinas como: la antropología política,  
la sociología, la historia de las ideas políticas, la ciencia política, el derecho y la psicología  
social con el afán de explicar en sus múltiples dimensiones al fenómeno político en general  
y a la democracia en particular.  
Para Fernández (2009), la obra de Sartori dedicada a la democracia tiene el atributo  
de formular a modo de diálogo las preguntas seminales que deben intentar responderse, no  
solo en el claustro académico, sino en el debate político actual sobre la relación poder  
político y democracia: ¿Qué significados precisos emergen del vocablo griego democracia?  
¿
Cuáles son las condiciones históricas para hacer posible al gobierno del pueblo, para el  
pueblo y por el pueblo? ¿en las mutaciones semánticas asociadas a experiencias  
particulares ha perdido su esencia la democracia? ¿Cuáles son los principales problemas  
de la representación política en democracia? ¿son antagónicas la libertad política y la  
igualdad sustantiva? ¿la democracia se manifiesta de forma pura o en gradaciones? ¿Cuál  
es la relación que hay en democracia y desarrollo económico? ¿el conflicto civilizacional  
entre el islam y occidente tiene su foca en la exportación de la democracia? La mayoría de  
estas preguntas fueron respondidas satisfactoriamente en Sartori (1988; 1992; 1993; 1998;  
2
001; 2005; 2008; 2009), otras quedaron pendientes, ya que en ciencia política no hay  
conclusiones definitivas ni verdades absolutas.  
De cualquier modo, en Sartori el estudio de la democracia en su movimiento histórico  
no solo sirve para develar sus campos semánticos diferenciales o su estructura y  
mecanismos particulares como forma de poder popular, hay una constante en su discurso  
que expone las falacias despóticas que sirven para justificar el gobierno de la tiranía en  
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nombre del pueblo, desde distintas posturas ideológicas en el pasado y el presente. En  
consecuencia, Sartoria (1988) alerta:  
El tirano griego ya gobernaba (eso pretendía él) en interés del populacho. El  
despotismo ilustrado, cuando era ilustrado, gobernaba en interés de los gobernados.  
Los demócratas actuales se mofan del paternalismo, aunque no negarían que el  
paternalismo es benevolente, que atiende los intereses de una colectividad de  
beneficiarios” (1988: 572).  
De modo que, desde su advenimiento la democracia ha tenido que luchar para  
deslastrarse de los demagogos y déspotas que dicen representar al interés popular o a la  
voluntad general, cuando lo que hacen es actuar políticamente en función de intereses  
mezquinos, para garantizarse prebendas y privilegios especiales para un grupo, clase o  
sector que manipula al pueblo: “… ya que el pueblo no sabe lo bastante como para  
reconocer su interés real, sino gobierno sobre el pueblo , a pesar del pueblo, en el interés  
del pueblo. Esta es la justificación normal de todas las tiranías, de todos los regímenes que  
han necesitado ex defecto tituli (por carecer de título) justificarse” (1988: 572). Es  
precisamente a partir de esta denuncia que discierne entre la democracia y las no-  
democracias que, en el capítulo que sigue se puede Identificar los aspectos seminales de  
los estudios sobre democracia de Giovanni Sartori.  
Conclusiones  
Al reconstruir el proceso histórico en el que surge la teoría y la experiencia  
democrática moderna a la luz de sus variadas influencias filosóficas e ideológicas, se  
visualizan las ideas centrales de una forma de gobierno que ha tenido la capacidad  
sistemática de “evolucionar” al calor de los requerimientos de las distintas etapas históricas  
donde se perfila como opción de gobierno del pueblo. De modo que, entre la democracia de  
los antiguos y las poliarquías contemporáneas que se van forjando al calor de la modernidad  
hay pocas semejanzas.  
En el primer caso (democracia directa) se trata de una experiencia local de gobierno  
que involucra a dedicación exclusiva a los ciudadanos en las labores del cuidado y  
mantenimiento de la polis, como núcleo central del desarrollo individual y colectivo. En el  
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segundo caso, (democracia representativa) es técnicamente imposible el autogobierno  
directo por diversas razones, entre las que destacan la extensión geográfica de los  
emergentes estados nacionales que desde finales del siglo de las luces apuestan por  
transitar, paulatinamente, por el arduo sendero democrático, plagado de obstáculos,  
amenazas y contradicciones de toda índole. En este contexto, ya no se trata de un número  
reducido de ciudadanos que pueden darse el lujo de deliberar diariamente en el ágora. A  
pesar de todo, las democracias representativas han ido incluyendo en su repertorio de  
derechos políticos, muchas formas de participación directa.  
Es el pensamiento liberal-ilustrado o más correctamente liberal e ilustrado el que al  
cuestionar el absolutismo monárquico y plantear por la vía revolucionaria el modelo de  
estado liberal, creó las condiciones de posibilidad para el arranque de los posteriores  
procesos de democratización de los sistemas políticos de algunas sociedad centrales de  
occidente, lo que desembocó en la estructuración de repúblicas autocráticas liberales  
primero y, positivistas después, en las cuales la condición de ciudadano estaba restringida  
a grupos elitescos de la sociedad. Esta situación generó a lo largo del siglo XIX y, en la  
primera mitad del siglo XX, un conjunto de crisis estructurales en el seno del estado liberal  
clásico, estimuladas también por la reacción legitima de un conjunto de grupos -como los  
socialistas, anarquistas y chovinistas radicales, entre otros- que luchaban a su modo por  
mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y de algunos grupos excluidos, de facto  
o de derecho, de la categoría “universal” de ciudadanos.  
A raíz de estas luchas, las repúblicas liberales autocráticas fueron reformándose al  
calor de ideologías que, como: la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948,  
el estado de bienestar o la doctrina social de la iglesia, entre otras, exponían las  
insuficiencias del modelo liberal clásico, al tiempo que apostaban abiertamente por una  
democracia solidaria y humanista que garantizara para todas las personas unos niveles  
mínimos de bienestar y calidad de vida, acorde con los mandatos de la dignidad humana.  
Se trata de los antecedentes directos de lo que hoy se define en la teoría política  
contemporánea como democracia sustantiva o democracia de resultado en el marco de un  
estado social de derecho, diferente a la sola democracia procedimental.  
Por lo demás, las repúblicas autocráticas fueron mutando, a un ritmo que varía de  
una sociedad a otra y con diferencias abismales entre el norte global y las sociedades del  
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sur, marco en el que se inscribe Latinoamérica y Colombia, hasta convertirse en las  
poliarquías contemporáneas, modelo que aún tienen mucho camino por recorrer. Ante esta  
situación el ideal democrático se sirvió también, de algún modo, de distintas ideologías y  
filosofías, como el socialismo o el anarquismo, lo que da cuenta de su doble condición de  
ecología de saberes e ideología de síntesis. El trabajo arqueológico desarrollado hasta  
ahora con las fuentes disponibles evidencia que la mutación discursiva de la democracia no  
significa necesariamente una distorsión de sus postulados básicos; podemos inferir, al  
menos en este momento de la investigación, que se trata de la simbiosis que se da entre:  
las mentalidades o paradigmas dominantes de la política de una época determina, las  
mutaciones ideológicas adelantadas por los teóricos de la democracia y las condiciones  
materiales donde se insertan estos procesos objetivos y subjetivos.  
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