Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 2  Número 2  
ISSN 2711-0494  
Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 2 - Número 2  
Enero - Junio 2020  
Bogotá - Colombia  
Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 2 Número 2 - ISSN 2711-0494  
Jairo Martínez P.// Características generales del debate ideológico…93-115  
Características generales del debate ideológico entre socialistas y  
liberales en los siglos XIX y XX  
Jairo Martínez Palmezano*  
RESUMEN  
Se analizan los orígenes y fundamentos del liberalismo clásico y se discuten las principales  
ideas de anclaje del proyecto ideológico socialista marxista y su crítica al estado liberal, en  
tanto forma de estado y de gobierno que debía ser superada para beneficio de las mayorías  
proletarias. De esta manera, el artículo incursiona en las características generales del  
debate ideológico suscitado entre socialistas y liberales en los siglos XIX y XX. La  
metodología empleada se basa en el análisis de fuentes bibliográficas y hemerográficas. Se  
concluye que el pensamiento socialista tiene su origen en el ala izquierda del liberalismo  
clásico que fue mutando gradualmente al utilitarismo, asociacionismo y de ahí al socialismo  
utópico, al socialismo de transición, hasta llegar a las posturas radicales del marxismo y el  
anarquismo.  
PALABRAS CLAVE: debate ideológico, liberalismo, socialismo.  
General characteristics of the ideological debate between socialists  
and liberals in the XIX and XX centuries  
ABSTRACT  
The origins and foundations of classical liberalism are analyzed and the main ideas for  
anchoring the Marxist socialist ideological project and its critique of the liberal state, as a  
form of state and government that should be overcome for the benefit of the proletarian  
majority, are discussed. In this way, the article delves into the general characteristics of the  
ideological debate that arose between socialists and liberals in the 19th and 20th centuries.  
The methodology used is based on the analysis of bibliographic and hemerographic sources.  
It is concluded that socialist thought has its origin in the left wing of classical liberalism that  
gradually mutated to utilitarianism, associationism and from there to utopian socialism, to  
transitional socialism, until reaching the radical positions of Marxism and anarchism.  
KEY WORDS: ideological debate, liberalism, socialism.  
*
Profesor de la Universidad Popular del Cesar, Colombia, jairomartinez1950@gmail.com  
Recibido: 28/01/2020  
Aceptado: 02/03/2020  
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Introducción  
El liberalismo y el socialismo son, sin duda, las ideologías con mayor impacto en los  
sistemas políticos modernos (Bobbio, 2003). No obstante, sus formas de concebir el  
funcionamiento de las relaciones políticas, económicas y sociales resultan en muchos  
aspectos diametralmente opuestas. Por esta razón, el objetivo del capítulo consiste en  
Identificar las características generales del debate ideológico suscitado entre socialistas y  
liberales en los siglos XIX y XX.  
Para su comprensión, es preciso efectuar una reconstrucción arqueológica de las  
condiciones geopolíticas que hicieron posible en su momento el surgimiento de estas  
ideologías, en tanto, sistemas de creencias modernas que sirven como modelo  
interpretativo del acontecer político y económico en general, con base a ciertos valores  
distintivos que auspician, por un lado, el fortalecimiento de la individualidad como fuerza  
constructora de la sociedad --en el liberalismo-- y, por el otro, la dimensión colectiva de la  
vida social en el socialismo utópico primero y marxista luego, que apuesta por la disolución  
de la propiedad privada y la socialización de los medios de producción en el marco de un  
estado popular.  
En cuanto al liberalismo, Bobbio (1992) sostiene que no debe confundirse liberalismo  
con democracia, aunque exista una relación íntima entre ambos modelos. Para el pensador  
italiano el liberalismo se refiere a una determinada concepción del estado según la cual sus  
poderes no son, en ningún caso, absolutos e ilimitados como era en tiempos del absolutismo  
monárquico. Por el contrario, el estado liberal clásico en tanto máxima expresión de la  
primera ideología liberal, se constituye en un ordenamiento política policéntrico donde los  
poderes del estado están limitados y claramente separados por el constitucionalismo  
iusnaturalista en su andamiaje institucional, para proteger a la ciudadanía de cualquier uso  
indebido del poder que afecte arbitrariamente su vida y sus bienes.  
De igual modo, el socialismo científico (marxista) insurge desde el advenimiento del  
manifiesto del partido comunista publicado originalmente 1848 por Marx y Engels, como una  
alternativa para organizar de forma internacional a las clases trabajadoras (proletariado),  
que se asumen como víctimas de los excesos del gran capital y, al mismo tiempo, construir  
las condiciones de posibilidad para convertirlas en una fuerza revolucionaria capaz de  
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transforma la historia mundial, vista no ya desde la perspectiva idealista hegeliana, sino  
desde la visión materialista-dialéctica que pone el acento en el análisis de los interés  
antagónicos, como los del proletariado/burguesía que chocan continuamente en una trama  
multidimensional de relaciones de poder que afectan a unos y benefician a otros.  
En palabras Marx y Engel (2011), el “verdadero socialismo significa un movimiento  
político que defiende un programa de reivindicaciones socialistas, categóricamente apuesto  
al liberalismo, al estado representativo, a la burguesía, a la libertad de prensa burguesa y al  
sistema de igualdad formal ante la ley que en nada mejora las condiciones materiales de  
vida de las clases populares, sometidas a la explotación.  
En el siglo XX las posiciones encontradas entre liberales y socialistas se radicalizan  
aún más por el efecto geopolítico de la revolución de octubre que posibilita en 1917 el arribo  
al poder del partido bolchevique en la Rusia zarista. Así como los liberales dieciochescos  
mostraron al mundo que el estado liberal o estado de derecho era una alternativa viable  
para superar al absolutismo monárquico, los socialistas del siglo XX, se atrevieron a  
construir una forma de estado y de gobierno que materializara la primera experiencia  
histórica concreta del socialismo, en la forma de lo que posteriormente se conocería como  
la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, en adelante solo URSS.  
Finiquitada la segunda guerra mundial se da inicio al proceso conocido como la  
guerra fría que sirvió de excusa para que la URSS y los Estados Unidos de América, en  
adelante EUA, polarizaran al mundo entorno a la escogencia de ambos modelos en disputa  
(capitalismo vs socialismo), insertando en el proceso a la mayoría de estados nacionales en  
sus respectivas áreas de influencia, con un saldo inusitado de conflictos bélicos regionales,  
que encontrarían su fin en el colapso del bloque del socialismo real al calor de la perestroika  
y de la caída del muro de Berlín en 1989. Este proceso suscitó en su momento lecturas  
ideológicas diferenciadas, para en ese momento Fukuyama:  
“Lo que podríamos estar presenciando no es simplemente el fin de la Guerra Fría  
o la desaparición de un determinado período de la historia de la postguerra, sino  
el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución ideológica de  
la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la  
forma final de gobierno humano” (Fukuyama, 2015: 12).  
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Esta polémica afirmación según la cual el liberalismo significaba la evolución  
ideológica de la humanidad y su consecuente fin de la historia, toda vez que la alternativa  
socialista había fracasado por su esencia totalitaria y no se vislumbraba otra alternativa  
viable diferente al capitalismo y a la democracia liberal, no fue aceptada por todos. De  
hecho, es en este contexto transicional que se da como resultado del declive de la utopía  
marxista-socialista donde Norberto Bobbio efectúa su propuesta integradora liberal-  
socialista que reconoce las limitaciones del mercado y de la democracia representativa para  
crear por sí solas justicia social y libertad sustantiva. No es correcto pensar en esta  
1
propuesta de síntesis como una reedición del revisionismo marxista , de ahí su originalidad.  
1. Orígenes y fundamentos del liberalismo clásico  
El liberalismo es en muchos sentidos una ideología revolucionaria en su contexto de  
origen porque viene a trastocar las representaciones sociales dominantes sobre la política,  
el estado y la concepción medieval del hombre y su libertad. Por ello, Boaz (2007), afirma  
que el liberalismo es una filosofía emancipadora que logra sintetizar armónicamente en una  
propuesta política concreta distintas tradiciones y principios como: la ley natural, la  
tolerancia religiosa, el pluralismo, la individualidad, la libertad de conciencia y la defensa de  
la iniciativa privada, en oposición al uso arbitrario del poder sin límites y sin barreras  
racionales.  
Por su parte, para Bobbio (1992), conviene diferenciar entre liberalismo e  
igualitarismo, aunque tengo un origen común. Para los liberales el propósito principal es  
crear las condiciones de posibilidad en lo político, económico y social para el desarrollo  
pleno de la personalidad, sin la interferencia de poderes externos. Por su parte, el  
igualitarismo deviene de una ideología totalizante y monista que, apuesta por el desarrollo  
de la comunidad en su conjunto, aun a sabiendas de que en el proceso se pueden alterar  
los espacios de libertad individual. Eventualmente, de la tradición igualitaria irán surgiendo  
desde el siglo XVIII, las distintas ideologías socialistas, de claro talante colectivista.  
1
Aunque Norberto Bobbio puede catalogarse en muchos aspectos como un pensador político  
progresista y no conservador, sus planteamientos concretos no se identifican con los postulados del  
marxismo, así lo atestigua su libro (Bobbio, 2001).  
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Todo indica que, este sistema de ideas tiene su origen en los trabajos del filósofo  
inglés John Locke (1632-1704). Al decir de Miranda (1991):  
“(…) el foco dominante del argumento de Locke se centra en la búsqueda de los  
medios que puedan asegurar el mayor grado posible de libertad individual dentro  
de la sociedad. A este fin esencial apunta su propuesta de la división del poder,  
de su separación en dos poderes el legislativo y el ejecutivo, cuyo equilibrio  
posibilita su limitación y control recíprocos, lo cual hace más viable la  
salvaguardia de los derechos individuales” (1991: 5).  
A la par de los aportes de Locke sobre libertades civiles, derecho de resistencia a la  
opresión y división de poderes públicos, la primera filosofía liberal también se nutre de los  
aportes Rousseau, entre otros, que supone que el orden social no es algo natural, sino que  
deviene de un contrato social originario suscrito entre personas libres e iguales que seden  
cuotas de su libertad para estructurar un sistema político para la convivencia, que vino a  
superar al estado de naturaleza en el que se impone el más fuerte. En este sentido, según  
Payne (2002), el liberalismo anglosajón se sirve de dos grupos de pensadores: por un lado,  
están los economistas políticos (Adam Smith, Malthus, Ricardo, James Mill, McCulloch,  
Nassau Willim Senior y S.J Mill, entre otros. Por el otro, los filósofos políticos y radicales  
benthamistas, como: Benthan, James Mill, Grote, Romilly, Place, Bowring, Molesworth y  
Joseph Hume.  
Más allá de sus particularidades, Payne (2002), sostiene que ambos grupos  
coinciden en defender principios como la autónoma de la persona para definir su proyecto  
de vida --en función sus propias capacidades, necesidades y aspiraciones--, el gobierno  
mínimo como regla del laissez-faire y condición para que las “leyes económicas” operaran  
de forma invisible para apuntalar el bien general y armonizar interés en colisión. No  
obstante, en este punto Sartori (2009) contrasta entre liberalismo político y liberalismo  
económico, también llamado como liberismo. Para este insigne politólogo la coincidencia  
entre ambos constructos al parecer se debe una sincronía contextual, toda vez que las  
grandes transformaciones industriales de occidente se gestan bajo los auspicios de la libre  
competencia y del “evangelio” librecambista de la escuela de Manchester.  
Por las razones aludidas, el liberalismo como sistema político termina por  
confundirse con el liberalismo como el sistema económico de la revolución industrial,  
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sistema que desde el siglo XIX el marxismo identificara como capitalista, burgués,  
explotador y hostil a los intereses de las masas trabajadoras. De cualquier modo, lo cierto  
del caso es que Locke, Coke, Blacktone, Montesquieu o Constant, no fueron en ningún  
caso los teóricos del laissez faire de hecho no sabían nada de economía (Sartori, 2009).  
Ellos fueron si los arquitectos del estado de derecho y del constitucionalismo moderno que  
sirvió de fundamento político para la emergencia de la ciudadanía y, posteriormente, de la  
democracia representativa, que a su vez no debe confundirse con la democracia directa de  
los antiguos griegos.  
El movimiento liberal ilustrado sucedido en Europa occidental en el siglo de las XVIII,  
terminaría fraguando no solo un discurso político y filosófico sobre la libertad para consumo  
de las elites intelectuales de avanzada con acceso a estas ideas; sino y fundamentalmente,  
la justificación ideológica para el desarrollo de procesos revolucionarios que vendrían a  
desmantelar la impronta del absolutismo monárquico y los valores distintivos de la sociedad  
estamental de antiguo régimen que posicionaba a la aristocracia nobiliaria y al clero en los  
factores hegemónicos del orden establecido. Desde esta perspectiva, las revoluciones  
económicas y políticas dieciochescas fueron al decir de (Calvano, 2018; Villa y Berrocal  
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019) la consecuencia lógica del programa filosófico de la modernidad que adquiere en el  
liberalismo, el empirismo, el racionalismo, el enciclopedismo y en el iusnaturalismo, su  
razón de ser y causa primaria.  
Desde nuestro punto de vista, el pensamiento liberal terminó por materializarse al  
calor de tres experiencias históricas particulares que requieren de un tratamiento  
específico, a saber: la independencia de las trece colonias anglo americanas en 1776; la  
revolución francesa en 1789 y; desde en el siglo XIX, los procesos de emancipación de lo  
que hoy es Latinoamérica. Se trata primero, del liberalismo anglosajón, en el que se  
mezclan con límites difusos el liberismo económico con el liberalismo político que propicia  
una cultura individualista, federalista y protestante a modo de rasgo distintivo. Por su parte,  
el liberalismo francés, segundo, produce textos como los derechos del hombre y del  
ciudadano en el que se instituyen los principios de igualdad, libertad y fraternidad, opacados  
en su momento por el radicalismo violento en el que desembocó el reinado del terror de  
Robespierre, con un claro talante anticlerical. Parra (2018), agrega que el liberalismo  
francés es subsidiario del liberalismo continental:  
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(…) la tradición liberal continental adoptó del liberalismo inglés la reivindicación  
de la libertad, pero la asumió como experiencia que consiste en vivir conforme a  
la razón y lejos de prejuicios o dogmas religiosos. Ciertamente, esta vertiente del  
liberalismo se nutrió de la ilustración, de donde asimiló su espíritu secularizador,  
anticlerical y librepensador, así como la certeza de encontrar por medio de la  
razón– las leyes que guían a la sociedad y a la naturaleza” (2018: 63).  
Por último, surge el liberalismo latinoamericano, como una prolongación de las  
experiencias anteriores, que recibe de forma mecánica sin tomar en cuenta los  
requerimientos y necesidades de su contexto, las tradiciones constitucionales anglosajonas  
para edificar repúblicas independientes y soberanas, con niveles de desarrollo y  
modernidad segmentadas para beneficio de algunos grupos de poder.  
2. El socialismo marxista como superación histórica del estado liberal  
En el momento en que Marx y Engels publican El capital, en las postrimerías de la  
primera mitad del siglo XIX, eran evidentes los excesos ocasionados por el capitalismo en  
la vida de los trabajadores, quienes eran sometidos diariamente a jornadas de trabajo  
extenuantes por salarios muy menguados que los mantenían, a ellos y a su grupo familiar,  
en un nivel de vida de subsistencia y precariedad material. Esta situación generalizada en  
las clases trabajadoras de Europa demostraba que el estado liberal por sí solo era  
insuficiente para garantizar el bienestar social que proporcionara al proletariado, los  
mínimos necesarios de dignidad y calidad de vida.  
Desde la perspectiva de Marx (2014), las contradicciones del liberalismo y del  
capitalismo que oprimían comunidades y naciones enteras no podían resolverse por la vía  
reformista, se necesitaba crear por la vía revolucionaria de la mano del despertar de las  
conciencias del proletariado (conciencia de clase preámbulo de la lucha de clases) un  
ordenamiento político y socioeconómico diferente que empoderada a las clases oprimidas,  
al tiempo que vendría a socializar los medios de producción en una dinámica que anularía  
la propiedad privada. Al decir de Mészáros (2009), el socialismo marxista no es solamente  
la negación dialéctica del capitalismo y su correspondiente democracia burguesa, se  
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constituye en la fuerza de transformación para vencer, de manera permanente, todas las  
formas de dominación y subordinación estructural y no únicamente la variedad capitalista.  
La ideología socialista transcurre al menos en su proceso de formación por tres  
etapas diferentes: el socialismo utópico, el socialismo de transición y el llamado socialismo  
científico en el que se inscribe el socialismo marxista (Parra, 2018). La noción de socialismo  
científico se identifica según Marx (2014), porque se trata de un discurso no-ideológico”  
toda vez que las ideológicas son una expresión de “la falsa conciencia”. En consecuencia,  
El capital es, al decir de sus autores, un trabajo con base en evidencia empírica concreta  
que viene a revelar científicamente el movimiento histórico de las distintas formaciones  
socioeconómicas, tales como: la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo que sirven de  
pedestal a las estructuras de dominación que erigen en la cultura y en la realidad histórica  
concreta las clases dominantes para garantizar en todo momento su condición hegemónica  
y sus privilegios de toda índole.  
A diferencia del socialismo utópico que surge en el siglo XIX como repuesta a la  
dominación burguesa de las clases trabajadoras mediante la creación de formas de  
organización alternativas como las cooperativas y sociedades de auxilio mutuo para  
defender los intereses de los trabajadores y mejores condiciones de trabajo, al calor de las  
ideas de pensadores como: Robert Owen, Saint-Simon y Charles Fourier, entre otros, el  
socialismo marxista desarrolla un programa político mucho más radical que se esfuerza por  
transformar violentamente la realidad y construir un orden social diferente sin distinciones  
de clase sociales entre poseedores y desposeídos, llegando hasta el punto de instaurar una  
suerte de igualdad material absoluta entre las personas de darse la etapa comunista. En  
palabras de Ackerley (2008):  
“Marx da vuelta la filosofía a través del materialismo histórico, poniendo de  
cabeza la propia realidad. Desentraña la estafa social y va al punto clave de esta  
perversión que se inscribe en el nacimiento de dos clases. Para salir de esta  
relación la única forma es la lucha del proletariado. El análisis es integrado; lo  
histórico y lo económico; al final se reduce a la relación dialéctica infraestructura-  
superestructura, donde los actores sociales y políticos se analizan en términos  
del rol que juegan en la historia” (2008: 156).  
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Más allá de los intentos retóricos por presentar al socialismo científico como una  
verdad objetiva, sin duda se trata también de otra ideología política cargada de sesgos y  
visones distorsionadas de la realidad. No obstante, no se debe negar que el marxismo como  
sistema filosófico logró replantear la dialéctica hegeliana, para convertirla en dispositivo de  
análisis histórico, político y económico que va de lo objetivo a lo subjetivo en su estudio de  
las relaciones asimétricas de poder que se gestan en el estado liberal para mantener el  
empoderamiento de la burguesía. Por estas razones, el bagaje gnoseológico del marxismo  
y del positivismo ambas filosofías materialistas impulsó el desarrollo de las ciencias  
sociales en general como un campo de estudio empírico y racional diferenciado del  
idealismo filosófico decimonónico.  
En el cuadro que sigue se muestran esquemáticamente las diferencias más notables  
que se dan entre las ideas esenciales del programa liberal y el socialismo marxista.  
Liberalismo  
Socialismo  
Forma de estado  
Estado de derecho  
Democracia  
Estado popular  
Socialismo. Dictadura  
Forma de Gobierno  
representativa  
Sociedad  
segmentada  
sociales  
Capitalismo,  
del proletariado  
plural Sociedad transicional  
Modelo de sociedad  
en  
clases hacia la erradicación de las  
diferencias de clases sociales  
Economía planificada  
Sistema económico  
Valores distintivos  
librecambismo, laissez faire.  
y centralizada.  
Colectivismo,  
Individualismo,  
autonomía de la persona, monismo  
libertad de conciencia, internacionalismo  
pluralismo político y religioso. proletariado.  
ideológico,  
del  
Cuadro No. 1. Matices Socialismo/liberalismo. Elaboración propia con base a las fuentes  
consultadas disponibles en las referencias.  
Como puede observarse no hay ninguna coincidencia en los aspectos  
programáticos esenciales que pregonan ambas ideologías, ello más allá que tengan un  
origen común en el programa filosófico de la modernidad que fraguo la ilustración. En  
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síntesis, así como el liberalismo se propuso exitosamente ser el punto de quiebre del  
absolutismo monárquico, el dogmatismo religioso y la sociedad estamental de antiguo  
régimen basada en el predominio de la aristocracia, el socialismo marxista pretendió ser a  
su manera la superación del liberalismo y el opuesto dialéctico a la burguesía.  
En la segunda década del siglo XX, la revolución bolchevique o revolución de  
octubre de 1917 acontecida en rusia, bajo el liderazgo de Vladimir Ilyich Lenin (1870-1924),  
quien efectuó una lectura particular del marxismo en obras como: Materialismo y  
empiriocriticismo (1975) e Imperialismo fase superior del capitalismo (S/f), dando vida a la  
variante marxista-leninista reconocida por sus aportes para con la organización política de  
las clases trabajadoras y la constitución definitiva de los movimientos revolucionarios del  
siglo XX en los países periféricos, hizo posible la primera experiencia socialista devenida en  
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totalitaria por efectos del arribo al poder de su sucesor Josep Stalin y, a juicio de Sartori  
(1988), por carecer el marxismo de una teoría democrática propiamente dicha.  
La rusia zarista del gobierno de la casa de los romanov seguía anclada en muchos  
aspectos al ordenamiento feudal y medieval que, para la primera década del siglo XX,  
evidenciaba los signos de una crisis estructural y de un profundo descontento social, que  
fue canalizado rápidamente por las fuerzas bolcheviques mediante la creación de  
asambleas obreras y campesinas denominadas soviet. Aunado a esto la primera guerra  
mundial debilitaría aún más las posiciones del gobierno zarista, hasta el punto que generaría  
las condiciones de posibilidad para un gobierno de transición, primero, y para el arribo al  
poder de los comunistas después, en un complejo proceso político que no es el propósito  
de investigación detallar. Solo interesa destacar aquí que, bajo los postulados de la  
planificación central de la economía típica del pensamiento marxista y bajo el impulso de la  
nueva política económica NEP, en pocas décadas rusia supero el carácter agrario de su  
economía y se convirtió en una potencia industrial.  
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El carácter totalitario del socialismo soviético desde la era estalinista no está en discusión ni  
siquiera por los marxistas ortodoxos. Para Lander (2008), pensador marxista venezolano, la URSS  
se torna en una experiencia totalitaria porque el gobierno del partido comunista terminó por ejercer  
el poder a nombre de una verdad global (lucha de clases, materialismo dialéctico y socialismo) que  
no admitía críticas ni cuestionamientos de ningún tipo, al tiempo que construyó una dominación  
omni-abarcante sobre la vida social. Por lo demás, para un estudio pormenorizado de las  
implicaciones del totalitarismo como fenómeno político se sugiere consultar la obra clásica de Arendt  
(
2008).  
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Del mismo modo, la ideología comunista tuvo buena acogida entre los revolucionarios  
chinos que guiados por la personalidad carismática y controvertida de Mao Tsetung (1893-  
1
976), fundaron el partido comunista y crearon la república popular de china que es, sin  
duda alguna, una potencia económica y política del mundo contemporáneo. No obstante,  
aunque Mao se nutre de la tradición marxista-leninista termina configurando su propia  
versión del marxismo (marxismo-maoísmo) en función de las particularidades de la realidad  
china, muy diferente a la europea y rusa, de ahí los desacuerdos de su filosofía que bien  
vale la pena comentar.  
En las Cinco tesis filosóficas de Mao Tsetung (1975), que sería una de sus principales  
obras traducidas al español, Mao a diferencia de Marx y Lenin asigna el rol fundamental en  
la construcción y desarrollo del movimiento revolucionario al campesinado y no al  
proletariado industrial asentado en las urbes, argumento que tenía mucho sentido para el  
caso chino de la época que era, en líneas generales, un país rural dependiente de la  
economía agrícola. Al decir de Mao Tsetung (1975), no había cabida para formulas  
generales al intentar resolver contradicciones diferentes, ya que la práctica de seguir  
invariablemente una fórmula que se supone inalterable a través de la aplicación mecánica  
de todas sus partes, sin revisión crítica y contextual, causa reveses a la revolución y hace  
muy mal lo que podría hacerse bien.  
En esta línea argumentativa, para Diaz (2013), la revolución cultural china trabajó por  
el desarrollo agrícola bajo la acción transformadora de la colectivización de las tierras con  
control del campesinado organizado y del partido comunista, en detrimento de la tesis  
tradicional leninista que apostaba por el despliegue de procesos de industrialización guiados  
por el proletariado. No obstante, a la muerte de Mao el partido comunista liderado ahora por  
Deng Xiaoping adelanta una serie de reformas muchos antes de la Glásnost y la  
perestroikaque anulan los criterios de economía planificada y la sustituyen por una  
economía de mercado abierta al mundo que da al traste con el hermetismo de la revolución  
cultural maoísta.  
Tanto en el caso ruso como en el chino la experiencia socialista marxista, no vino a  
superar a una superestructura de estado liberal porque sencillamente no existía en estas  
sociedades, ni siquiera en el plano cultural. En cierto modo el marxismo se implementó en  
oriente sobre una base económica próxima al feudalismo europeo, pero que no  
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necesariamente era lo mismo, toda vez que las categorías de feudalismo y medioevo fueron  
pensadas al calor de la especificidad del proceso histórico europeo y no son extrapolables  
siempre a otras realidades diferenciadas. De este modo, el marxismo como superación del  
liberalismo que emerge de las revoluciones políticas y económicas dieciochescas es una  
premisa atribuible únicamente a ciertas sociedades occidentales en las cuales la filosofía  
liberal se había asentado profundamente en los imaginarios políticos.  
3. Características generales del debate ideológico suscitado entre  
socialistas y liberales en los siglos XIX y XX  
Lo primero que se debe aclara es que el debate suscitado entre liberales y socialistas  
no fue únicamente una cuestión intelectual, fue desde el advenimiento de la URSS un  
verdadero choque geoestratégico entre potencias rivales (EUA vs URSS) para imponer su  
modelo y concepción del mundo en el mayor número posible de naciones, situación que  
directa o indirectamente ocasionó o atizó variados conflictos bélicos regionales en el marco  
de la guerra fría, al tiempo que impacto en su totalidad al escenario internacional del siglo  
XX. Por estas razones, se trató de un debate que por cierto no ha concluido aun que  
buscaba desarrollar las condiciones geopolíticas regionales y globales para transformar al  
mundo, bien sea en el reino de la democracia representativa de corte proccidental en el  
marco de economías de mercado o; en franco contraste, en una sociedad sin clases en la  
cual la planificación central de la economía vendría a satisfacer las necesidades reales de  
los trabajadores organizados bajo la impronta del partido comunista.  
El siglo XIX es, la era de formación y propagación de las ideas socialistas en el  
contexto de la primera revolución industrial y de la ruptura de los nexos coloniales en  
América Latina, que trabajo consigo la formación de los estados republicanos en la región,  
proceso en el cual el liberalismo y el positivismo desempeñaron el rol ideológico  
fundamental. No obstante, como indica Parra (2012), a pesar del retardo con que llegan  
estas ideas no pasaron desapercibidas por ciertos intelectuales latinoamericanos que vieron  
en el socialismo una opción válida para organizar a los trabajadores y darles contenido  
político radical a sus demandas de equidad y justicia social. De hecho, en el caso  
venezolano el primer partido político constituido en el sentido contemporáneo del concepto  
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es el Partido Comunista (PCV), en 1931 mucho antes de AD y del COPEI. En el caso  
colombiano el partido comunista se funda un año antes en 1930.  
En esta época formativa los socialistas marxistas discuten el modo como la sociedad  
liberal organiza las instituciones sociales como: el estado, la religión, la economía y el  
trabajo en beneficio de las clases acomodadas, bajo la premisa de que la sociedad no es el  
resultado de un proceso metafísico más allá del alcance de los seres humanos, sino que  
emerge de los requerimientos particulares de un modo de producción. En palabras de  
Lange, citado por (Silva, 2009: 118): “Las fuerzas productivas sociales y las relaciones de  
producción ligadas a ellas, que se basan como sabemos en determinado tipo de  
propiedad de los medios de producción, constituyen en conjunto lo que denominamos  
modos de producción.”  
Desde este enfoque materialistas, los modos de producción determinan los  
contenidos y formas en lo material y simbólico del modelo de sociedad que existe en un  
determinado momento histórico. En sentido, el marxismo redimensiona el concepto de  
contrato social de Rousseau, en tanto que la sociedad no es vista como la construcción  
pactada de un proyecto de realidad entre hombre libres e iguales, sino como un convenio  
exclusivo entre elites de poder para perpetuar su dominación en el tiempo mediante la  
posesión de la propiedad priva de los medios de producción y la instrumentalización del  
estado, de ahí su planteamiento de sustituirla por formas colectivas de propiedad al servicio  
de intereses generales en el marco de otras relaciones políticas y económicas que buscan  
empoderar al proletariado como nuevo sujeto mesiánico de la historia3.  
Por su parte, los liberales decimonónicos en sus variadas tendencias, construyen al  
decir de Gargarella (2002), una concepción distinta de la propiedad privada, como una  
prolongación de la soberanía individual en la cual la persona humana posee objetos y  
espacios más allá de los dominios de los poderes políticos para su propio beneficio en  
función del desarrollo particular. De tal modo que, la propiedad privada se asume como un  
3Según Payne (2002), es Michel Foucault en su crítica al marxismo quien habla irónicamente  
del proletariado como un sujeto mesiánico en la concepción materialista de la historia. Para  
este pensador francés no fueron suficientemente explicadas en la primera teoría marxista  
las capacidades y condiciones del proletariado para desempeñar un rol protagónico de esta  
magnitud en la historia mundial, se trata más bien de un acto de fe.  
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derecho natural que limita la autoridad del gobierno, toda vez que el propietario es el amo y  
señor de su posesión y puede disponer de la misma como mejor determine sin incurrir en  
un acto de enajenación del patrimonio social, si no, por el contrario, como una práctica  
legitima de su libertad inherente de ser humano. Es más, las principales proclamas y  
constituciones políticas del siglo XVIII y XIX, así lo postulan. En la constitución de los EUA  
sancionada en 1787 se señala taxativamente que:  
“Nadie estará obligado a responder de un delito castigado con la pena capital o  
con otra infamante si un gran jurado no lo denuncia o acusa, a excepción de los  
casos que se presenten en las fuerzas de mar o tierra o en la milicia nacional  
cuando se encuentre en servicio efectivo en tiempo de guerra o peligro público;  
tampoco se pondrá a persona alguna dos veces en peligro de perder la vida o  
algún miembro con motivo del mismo delito; ni se le compelerá a declarar contra  
sí misma en ningún juicio criminal; ni se le privará de la vida, la libertad o la  
propiedad sin el debido proceso legal; ni se ocupará la propiedad privada para  
uso público sin una justa indemnización (Pueblo de los Estados Unidos de  
América, 1787: Enmienda V) (negritas añadidas).  
En el mismo orden de ideas, en la Declaración de los Derechos del Hombre y del  
Ciudadano de 1789 de la revolución francesa se postula que: “La finalidad de cualquier  
asociación política es la protección de los derechos naturales e imprescriptibles del Hombre.  
Tales derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión”  
(Asamblea nacional constituyente de Francia, 1789: artículo 2) (negritas añadidas), llama la  
atención en el texto que se enuncia la propiedad privada luego de la libertad y antes de la  
seguridad y el derecho de resistencia a toda forma de opresión.  
En todos los casos aludidos, la propiedad privada es un derecho natural de primer  
orden para la ideología liberal y es un atributo característico del individuo (Parra, 2018). En  
este contexto epocal, donde surgen las primeras constituciones liberales para los  
emergentes estados nacionales hoy latinoamericanos, la condición sustantiva de ciudadano  
estaba limitada a ciertos grupos sociales, que se podrían tipificar como: hombres blancos  
de profesiones liberales o poseedores de un caudal económico por encima del común de  
las personases. Un ejemplo de esta situación se encuentra en la constitución de Cúcuta de  
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821, donde se señala que:  
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“Para ser elector se requiere: …2º saber leer y escribir… 4º Ser dueño de una  
Propiedad raíz que alcance el valor libre de quinientos pesos, o gozar de un  
empleo de trecientos pesos de renta anual, o ser usufructuario de bienes que  
produzcan una renta de trescientos pesos anuales, o profesar alguna ciencia, o  
tener algún grado científico” (Citado por: Calvano, 2018: 73).  
4
Artículos similares se plasmaron en la mayoría de las constituciones del momento,  
de lo que se infiere que no había en el liberalismo clásico una concepción amplia y horizontal  
de la ciudadanía que incluyera en la narrativa del sujeto ciudadano moderno a todas las  
personas y comunidades que formaban parte del cuerpo nacional, tales como: las mujeres,  
los indígenas, los campesinos, los obreros y trabajadores “de los oficios viles”. En  
consecuencia, la igualdad formal ante la ley propia del estado de derecho que gozan todos  
los ciudadanos no solamente excluía los requisitos mínimos para el logro de una ciudadanía  
social en términos de bienestar colectivo, sino demás, estaba limitada a un porcentaje  
mínimo de la población, quiérenos eran precisamente los ciudadanos poseedores.  
Quizá por estas circunstancias de ciudadanías restringidas los socialistas marxistas  
se oponían abiertamente a las primeras poliarquías liberales. Bajo los argumentos que bien  
sintetiza en la primera mitad del siglo XX, Jorge Eliecer Gaitán cuando afirmaba:  
¿
Qué le importa al hombre que muera de hambre la libertad? El necesita es la  
independencia, y esta no se logra sino con la igualdad económica. No necesita  
la igual que hace esclavos; necesitamos la libertad que hace hombre, en el  
sentido de ser el fin de sí mismo” (Gaitán, 1924: 110).  
En efecto, los liberales y marxistas diferían abiertamente en torno a los conceptos y  
significados que atribuían en sus discursos sobre la propiedad privada. Para los primeros,  
se trataba de una cuestión fundamental cuando se buscaba crear las condiciones políticas  
para el desarrollo pleno de la autonomía de la persona, para los segundos la propiedad  
privada se reducía más bien de un dispositivo de dominación burguesa que anteponía el  
interés particular al bienestar general de la sociedad que en nada contribuía con el desarrollo  
4
Para una revisión panorámica del constitucionalismo histórico latinoamericano en sus distintas  
etapas se sugiere consultar (Rolla, 2012).  
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de la tan ansiada igualdad económica que garantiza la materialidad de la existencia,  
individual y colectiva.  
Otro concepto clave ampliamente debatido por socialistas y liberales en el siglo XIX  
y XX fue el de trabajo. Para los liberales clásicos las relaciones laborales están  
determinadas por el mercado y así como se apostada por la desregulación del mercado,  
también se implementó en consecuencia la desregulación o liberalización de las relaciones  
laborales, de ahí que las primeras legislaciones en materia de trabajo vendrían después, no  
como concesiones del estado sino producto de las luchas emprendidas por los trabajadores  
organizados en instancias como la primara internacional socialista fundada en Londres en  
1
864.  
Para Bilbao (1999), el liberalismo clásico y también el nuevo liberalismo del siglo XX,  
suponen en el trabajo la clave del ciclo económico y, en tanto, la fuerza impulsora del  
crecimiento financiero en los procesos de modernización e industrialización de los aparatos  
productivos nacionales tal como en su momento Adam Smith (1996), identifico en el trabajo  
uno de los motores que originan la riqueza de las naciones. No obstante, en la etapa  
capitalista el trabajo no está garantizado, razón por la cual será el mercado laboral a través  
de la oferta y la demanda el factor determinante de los salarios con su consecuente saldo  
de plazas de empleo (Cuadrado, 2005).  
Ante esta situación que impulsaba la precarización del trabajo y dejaba en manos del  
empresario empleador los términos de la relación laboral, Marx criticó categóricamente la  
teoría del valor trabajo de Smith y terminó por suponer que para el capital el trabajo no era  
tanto el resultado de una relación hombre-hombre y hombre-medio para la evolución de la  
sociedad sino simplemente una mercancía que se vendía al mejor postor. El trabajo  
esclavizante de la sociedad industrial le resultaba a Marx y a Engels en una dinámica  
profundamente alienante. Por estas razones, en la sociedad socialista que se pensaba  
construir intersubjetivamente el trabajo sería una práctica para la autorrealización, en  
palabras de Sartori (1988): “El ideal marxiano aparece formulado en su versión común en  
el manifiesto comunista, donde la democracia es definida como aquella asociación en la que  
el libro desarrollo de cada uno es la condición del libre desarrollo de todos” (1988: 541).  
En esta línea argumentativa Sartori (1988), también señala que en la sociedad  
comunista idea por Marx se irían difuminando las líneas que producen la división social del  
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trabajo y la división social del conocimiento, dado que en este etapa de la historia nadie  
tiene asignado en exclusivo una esfera de actividad predeterminada, sino que cada uno  
puede realizarse según sus capacidades y expectativas en el ámbito que desee, toda vez  
que la sociedad regularía la productividad general y haría posible que una persona pudiera  
desempeñarse en distintos oficios: “… cazar por la mañana, a pescar por la primera hora  
de la tarde, cuidar ganado al anochecer y a criticar después de la cena…” (1988: 541). Este  
pasaje de la obra del joven Marx, sin duda se presenta a la sociedad post-capitalista de  
forma romántica y bucólica.  
Por su parte, la cuestión de la libertad también ocupó un lugar destacado en este  
debate. Efectivamente, para los liberales la construcción y desarrollo de la libertad era el  
propósito ontológico de los sistemas políticos modernos, que se caracterizaron por obliterar  
mediante el predominio de la razón, los dogmas centrales de la religión y del despotismo  
político del absolutismo barroco. Para Barberis (2002), la concepción de libertad que  
emerge del liberalismo:  
“(…) ha llegado a ser uno de los valores centrales del universo ético o práctico  
occidental únicamente desde el siglo XVIII, entre Rousseau y Kant; y es también  
bastante conocido que la idea mejor dicho la concepción estrictamente liberal  
de la libertad, como conjunto de los derechos individuales oponibles incluso al  
Estado y a sus leyes, hizo su aparición únicamente a partir de la época de las  
grandes revoluciones: en Inglaterra desde el siglo XVII, y en Francia y, más en  
general, en el continente europeo, después de 1789” (2002: 181).  
Es decir, el liberalismo clásico entraña en su ser la concepción moderna de la libertad  
por antonomasia, se trata de una libertad política negativa porque permite al individuo hacer  
únicamente lo que no está taxativamente prohibido por las leyes. Del mismo modo, esta  
concepción moderna genera una tensión entre el goce y disfrute de la libertad individual y  
el estado como garante del orden establecido. En palabras de Bobbio (1999), tal tensión ya  
había sido comprendida por Maquiavelo en la dialéctica libertad y desorden:  
“(…) los “tumultos” que muchos condenan no son la causa de la ruina de los  
estados sino la condición para que se promulguen buenas leyes en defensa de  
la libertadjamás será exaltada suficientemente: tal aseveración expresa  
claramente una visión de la historia, que podríamos llamar justamente moderna,  
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de acuerdo con la cual el desorden, no el orden, el conflicto entre las partes  
contrapuestas, no la paz social impuesta desde arriba, la desarmonía, no la  
armonía, los “tumultos”, no la tranquilidad derivada de un dominio irresistible, son  
el precio que se debe pagar por el mantenimiento de la libertad” (1999: 78).  
Esta relectura que Bobbio efectúa del Príncipe de Maquiavelo tiene al menos dos  
conclusiones lógicas, por un lado, la concepción moderna de la libertad que sirve de base  
ontológica al liberalismo no niega la conflictividad social que surgen del choque entre  
intereses contrapuestos que deben ser gestionados por el sistema político en aras de  
alcanzar los consensos mínimos que permitan la convivencia; por el otro, el estado liberal  
está dispuesto a acetar los tumultos, es decir, ciertos niveles de conflictividad política y  
social como un preciso necesario para el mantenimiento de la libertad. Por lo demás, la  
promulgación de las leyes representa un intento de construir el orden como consenso  
posible ante los desacuerdos individuales y colectivos.  
Por su parte, el pensamiento marxista desarrolla una concepción de libertad diferente  
que rebasa los linderos de las libertades negativas promulgadas por el estado liberal  
mediante la sanción de derechos políticos y libertades civiles; se trata de una visión de la  
misma como superación de la necesidad que imponen las fuerzas de la naturaleza o la  
irracionalidad de ciertos sistemas económicos y políticos que buscan perpetuar el estado de  
dominación del hombre por el hombre. En este sentido, Walicki (1988), en un estudio  
minucioso de la obra de Marx, afirma que para el autor alemán la libertad supone en todo  
momento el control individual y colectivo de las fuerzas alienantes, de ahí que la libertad  
sustantiva tiene dos dimensiones particulares, a saber: en primer lugar, como  
autodeterminación que posibilita la construcción racional de la historia mediante el  
conocimiento de las leyes de la dialéctica, que gobiernan el choque de las fuerzas contrarias  
que se complementan; en segundo, la libertad se asume como el dominio de la naturaleza  
en aras del desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas que garantizan la materialidad de  
la existencia. En este segundo caso, desde nuestra percepción, la libertad para el marxismo  
está en completa sintonía con los conceptos de razón, progreso y desarrollo que identifican  
al ideal de la ilustración, el evolucionismo y al positivismo.  
El resultado más notable de este debate está en el fortalecimiento gradual de las  
democracias liberales a través de la integración de ideas y conceptos socialistas-  
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progresistas que terminaron por edificar planteamientos como los del estado de bienestar,  
en la segunda postguerra, la democracia social, el sindicalismo y la declaración universal  
de los derechos humanos en el siglo XX. Esta situación de integración de ciertos aportes  
del socialismo a las democracias de occidente evidencia la flexibilidad y capacidad de  
adopción a las nuevas demandas sociales de los sistemas políticos edificados al calor del  
pensamiento liberal ilustrado, mientras que las experiencias del socialismo real terminaron  
por anular a la ciudadanía en el ejercicio de sus derechos fundamentales. Según la  
caracterización de Sánchez (2008), el socialismo real se identifica en la segunda mitad del  
siglo XX por un conjunto de referentes comunes más allá de las diferencias culturales de  
capa país del bloque: un marcado sesgo militarista, un estado omnímodo en manos de un  
caudillo militar o del politburó de un partido comunista, la anulación de toda forma de  
disidencia y de medios de comunicación independientes, en el marco de una multitud de  
pobres obedientes a los designios de la casta dominante.  
Conclusiones  
Al tratar de Identificar las características generales del debate ideológico suscitado  
entre socialistas y liberales en los siglos XIX y XX, podría pensarse de antemano que se  
trata de ideologías antagónicas con visiones irreconciliables del mundo político y la  
sociedad, sin embargo, aunque desde el punto de vista histórico en buena medida fue así,  
esto no significa que ambos polos ideológicos no terminaron influenciándose mutuamente  
hasta el punto que, las democracias liberales integraron en su núcleo sistémico constructos  
y aportes propios de la dimensión socialista, tal como se relató en líneas anteriores, así  
como la sociedades socialistas terminaron liberalizando sus economías.  
De hecho, el pensamiento socialista tiene su origen en el ala izquierda del liberalismo  
clásico que fue mutando gradualmente al utilitarismo, asociacionismo y de ahí al socialismo  
utópico, al socialismo de transición hasta llegar a las posturas radicales del marxismo y el  
anarquismo (Parra, 2018), todo ello al calor de los requerimientos de las clases menos  
favorecidas por la revolución industrial y el estado liberal clásico. En lo concreto, el estado  
liberal clásico se constituye en la negación del absolutismo monárquico y de su consecuente  
modelo de sociedad y se manifiesta en un ordenamiento política policéntrico donde los  
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poderes del estado están limitados y claramente separados por el constitucionalismo  
iusnaturalista en su andamiaje institucional, para proteger a la ciudadanía de cualquier uso  
indebido del poder que afecte arbitrariamente su vida y sus bienes.  
Por su parte, el socialismo marxista pretende ser a su vez la negación rotunda del  
liberalismo como ideología y como forma de gobierno, para construir por la vía  
revolucionaria un nuevo orden político y socioeconómico basado en la supuesta superación  
de los valores burguesas con la individualidad y la propiedad privada de los medios de  
producción, y liderado por las clases trabajadoras organizadas.  
En el siglo XX el debate entre ambas ideologías llegaría a su clímax, pero como ya  
se dijo, no se trató de una cuestión de mera erudición sino de un verdadero choque  
geopolítico y geoestratégico entre potenciales rivales (EUA vs URSS) para imponer su  
modelo y concepción del mundo en el mayor número posible de naciones, situación que  
directa o indirectamente ocasionó o atizó variados conflictos bélicos regionales en el marco  
de la guerra fría, al tiempo que impacto en su totalidad al escenario internacional del siglo  
XX. Por estas razones, se trató de un debate que por cierto no ha concluido aun en  
Latinoaméricaque buscaba desarrollar las condiciones geopolíticas regionales y globales  
para transformar al mundo, bien sea en el reino de la democracia representativa de corte  
proccidental en el marco de economías de mercado o; en franco contraste, en una sociedad  
sin clases en la cual la planificación central de la economía vendría a satisfacer las  
necesidades reales de los trabajadores organizados bajo la impronta del partido comunista.  
En la última década del siglo XX se vive el colapso estrepitoso de la URSS y de las  
naciones que conformaron el bloque del llamado telón de acero, lo que llevó a muchos  
intelectuales de occidente, tal como a Fukuyama a suponer que el fin de la utopía socialista  
marxista, significaba el fin de la historia de las ideologías en general y el predominio del  
liberalismo como gran metarrelato. No obstante, pensadores como Norberto Bobbio con  
pleno conocimiento de todo lo acontecido dudaron legítimamente de la capacidad del  
liberalismo y del mundo unipolar como modelo capaz de resolver definitivamente todos los  
problemas y desafíos que debe enfrentar la humanidad en su movimiento histórico, de ahí  
su propuesta integradora del socialismo liberal que estudiaremos en los apartados que  
siguen.  
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