Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 2  Número 2  
ISSN 2711-0494  
Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 2 - Número 2  
Enero - Junio 2020  
Bogotá - Colombia  
Revista Latinoamericana de Difusión Científica  
Volumen 2 Número 2 - ISSN 2711-0494  
Jesús A. Márquez R.// Aportes de la Modernidad al desarrollo de… 69-92  
Aportes de la Modernidad al desarrollo de la teoría democrática  
Jesús Alberto Márquez Ramírez *  
RESUMEN  
El objetivo del presente artículo consiste en analizar el pensamiento de algunos autores  
representativos de la Modernidad y sus aportes al desarrollo de la teoría democrática  
moderna. La metodología implementada es de índole hermenéutica, inspirada en los  
aportes de Gadamer (1993), Foucault (2002), a objeto de interpretar el sentido que los  
autores seleccionados le otorgan de forma, abierta o sobreentendida, a la democracia como  
gobierno del pueblo. El trabajo pone de relieve los aportes del liberalismo y la ilustración en  
la definición moderna de la democracia, por lo cual se identifican las líneas maestras  
trazadas por cuatro intelectuales que impulsaron con sus ideas vanguardistas el tránsito del  
ancien régime a la modernidad: Baruch de Spinoza (1632-1677), Jean-Jacques Rousseau  
(1712-1778), Maximilien Robespierre (1758-1794) y Alexis de Tocqueville (1805-1859).  
PALABRAS CLAVE: Modernidad, democracia, liberalismo, ilustración.  
Contributions of Modernity to the development of democratic theory  
ABSTRACT  
The objective of this article is to analyze the thinking of some representative authors of  
Modernity and their contributions to the development of modern democratic theory. The  
methodology implemented is hermeneutic in nature, inspired by the contributions of  
Gadamer (1993), Foucault (2002), in order to interpret the meaning that the selected authors  
give, openly or implicitly, to democracy as government of the people. The work highlights the  
contributions of liberalism and enlightenment in the modern definition of democracy, which  
is why the main lines drawn by four intellectuals who promoted with their avant-garde ideas  
the transition from the ancien régime to modernity are identified: Baruch de Spinoza (1632-  
1
677), Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), Maximilien Robespierre (1758-1794), and  
Alexis de Tocqueville (1805-1859).  
KEY WORDS: Modernity, democracy, liberalism, illustration.  
*Profesor de la Universidad Popular del Cesar, Colombia, jemar1954@yahoo.com  
Recibido: 18/01/2020 Aceptado: 24/02/2020  
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Introducción  
Si bien la democracia tiene su origen en el antiguo mundo griego, el proceso histórico  
de formación, desarrollo y/o repliegue de esta forma de gobierno la ha convertido, al día de  
hoy, en un producto político e ideológico muy diferente, en esencia y existencia a lo  
acontecido con la experiencia democrática ateniense de la época de Pericles. Por tal motivo,  
las democracias contemporáneas son un fenómeno relativamente reciente que tienen su  
comienzo en las distintas corrientes filosóficas e ideológicas que emergen al calor del  
programa filosófico de la modernidad política que data, al menos, de los siglos XVII y XVIII  
(Villa y Berrocal, 2019) y tiene su punto focal en ciertas sociedades de Europa occidental,  
como: Inglaterra, Francia, Suiza, Italia, España y Alemania, en las cuales el movimiento de  
la ilustración echó profundas raíces.  
El objetivo del presente artículo consiste en analizar el pensamiento de algunos  
autores representativos de la Modernidad y sus aportes al desarrollo de la teoría  
democrática moderna. Lógicamente, si lo que se quiere es dar cuenta del contenido  
teorético de un autor transcendental como Sartori situado en el siglo XX y XXI, para el  
desarrollo epistémico de la ciencia política en general y, la democracia en particular, se debe  
primero, a modo de condición sine qua non efectuar un proceso arqueológico de los saberes  
que perfilaron dialécticamente a esta forma de gobierno característica de la modernidad  
política occidental.  
1. Aspectos teóricos y metodológicos  
Siguiendo la línea reflexiva de Foucault (2002), la investigación arqueológica se dirige  
al espacio general del saber de un tema determinado, para comprender sus distintas  
configuraciones históricas y su modo de ser allí donde aparece, situación que termina por  
definir la serie de mutaciones que circunscriben el umbral de su positividad. De este modo,  
una arqueología de la idea moderna de democracia, se traduce en una práctica  
hermenéutica que puede revelar las diferentes configuraciones históricas de este  
1
saber/poder que instituye a la democracia o a las poliarquías contemporáneas (Dahl, 1992).  
1
A juicio del politólogo norteamericano Robert Dahl, le noción de democracia denota al ideal que se  
constituye en el gobierno del pueblo para dar forma y contenido al sistema axiológico de la  
modernidad política de libertad, justicia, equidad y fraternidad. Por su parte, el termino poliarquía  
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Se trata de una metódica exegética que está en condiciones de mostrar a la conciencia del  
investigador el sentido que los autores seleccionados le otorgan de forma, abierta o  
sobreentendida, al gobierno del pueblo.  
La arqueología del saber que postuló Foucault en su momento, para comprender el  
significado de las palabras y las cosas en el tiempo, no es más que un ejercicio de  
hermenéutica crítica que se aproxima a las condiciones históricas donde se producen y  
reproducen, en este caso, las variadas influencias ideológicas y filosóficas que han dado  
forma y contenido a la democracia, tal como se conoce hoy. No obstante, esta metódica es  
mucho más compleja de trabajar que una hermética dialéctica que se conforma con  
relacionar los textos en los sistemas semióticos de su contexto o contextos de origen. De  
los que se trata aquí es de clarificar las condiciones bajo las cuales se estudia la democracia  
moderna para revelar su real significado y determinar, al mismo tiempo, si ha sucedido una  
distorsión o no de un determinado proceso ideológico o político que por su trascendencia  
impactó, para bien o para mal, al discurso democrático.  
Quizá por estas razones, Hans Georg Gadamer (1993), afirma en la hermenéutica  
no solo un método interpretativo de documentación escrita, sino un método comprensivo de  
realidad misma, una construcción y deconstrucción de la realidad teórica y concreta de los  
mundos de vida. Por los demás, el concepto de hermenéutica:  
Designa el carácter fundamentalmente móvil del estar ahí, que constituye su  
finitud y su especificidad y que por lo tanto abarca el conjunto de su experiencia  
del mundo. El que el movimiento de la comprensión sea abarcante y universal no  
es arbitrariedad ni inflación constructiva de un aspecto unilateral, sino que está  
en la naturaleza misma de la cosa” (1993: 2).  
Así las cosas, se presenta para los efectos concretos de esta investigación una  
configuran metódica hibrida de carácter arqueológico/hermenéutico que actúa con un doble  
propósito a saber, por una parte, estudia los vestigios, lejanos y cercanos de ideas,  
significa a la experiencia histórica concreta que, en términos de sistema político-jurídico, forma de  
estado y de gobierno encarna a este ideal sin llegar a alcanzarlo nunca por completo. De este modo,  
toda poliarquía es perfectible y es continuo histórico de aproximaciones sucesivas a experiencias de  
gobierno menos autoritarias, inclusivas y dignificantes de la condición humana (Dahl, 1992; 1989;  
2001).  
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conceptos y representaciones políticas de la democracia y, por la otra, intenta comprender  
estas ideas, no como abstracciones conceptuales metafísicas, sino como discursos y  
prácticas susceptibles a la investigación politológica que producen en su decurso y esto es  
lo fundamentalexperiencias en el mundo al tiempo que son modificadas por estas  
experiencias en un círculo casi infinito que va de lo filosófico a lo ideológico, de lo objetivo  
a lo subjetivo y de lo abstracto a lo concreto.  
2. El pensamiento liberal ilustrado: génesis de la proto-democracia  
moderna  
Interesa en este apartado examinar las condiciones materiales y simbólicas que  
hicieron posible el advenimiento de la proto-democracia moderna que fue mutando  
paulatinamente hasta convertirse en las poliarquías del mundo de hoy. En este propósito,  
debemos clarificar que los procesos de democratización de los sistemas políticos modernos,  
aunque adquieren su condición de posibilidad en los grandes cambios políticos y filosóficos  
sucedidos en Europa occidental, en el siglo de las luces, al calor de la ilustración y su  
primera teoría política liberal, deben ser abordados como un proceso autónomo por derecho  
propio que en muchos casos termina por rebasar y cuestionar el contenido del programa  
filosófico del pensamiento ilustrado, de ahí que algunas veces haya paralelismo o diacronía.  
Para Ferrater (2004), el termino ilustración se emplea como una caracterización  
general de las tendencias intelectuales, políticas y sociales que promueven el optimismo en  
el poder de la razón y su consecuente capacidad estratégica de reorganizar a fondo a las  
sociedades tradicionales, signadas por el dogmatismo religioso y el absolutismo  
monárquico. Los ilustrados se sirven de los saberes de la física y las ciencias naturales y  
emulan su concepción universal del conocimiento como un dispositivo que propicia el control  
de la naturaleza, el universo y las sociedades humanas, por ello su marcado discurso logo-  
céntrico y antropocéntrico.  
En este orden de ideas, Calvano (2018) explique que el espíritu de la modernidad se  
expresa en un pensamiento crítico ambivalente que; por un lado, cuestiona los fundamentos  
epistemológicos del absolutismo monárquico y la sociedad estamental de antiguo régimen  
y, por el otro, socializa en el imaginario de la elite política e intelectual de avanzada un  
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conjunto de herramientas políticas, tales como: la noción de contrato social y soberanía  
popular, entre otras, que se constituyeron en elementos fundamentales del posterior espíritu  
democrático. Por su parte, Daros (2015), asume que los cambios implementados por la  
modernidad en el escenario internacional van mucho más allá de la dimensión política de la  
vida, se trata de un modo novedoso de estar en el mundo, de una construcción intersubjetiva  
que fue fraguando una nueva realidad en cuanto a deseos e intereses de personas y  
naciones enteras.  
En esta dinámica de cambios materiales y simbólicos la humanidad que se apega al  
proyecto moderno y su noción de progreso ilimitado, se va creando a sí misma y definiendo  
sus propósitos y objetivos en torno a lo que es y lo que puede llegar a ser. Concluye (Daros,  
2
015) que la modernidad ilustrada fue una época muy compleja para sus artífices y  
protagonistas, en la cual se trató de conciliar a veces sin mucho existo los nuevos de deseos  
de un ordenamiento político diferente, materializado en el estado liberal, con los  
sentimientos, con la razón pura, lo objetivo con lo subjetivo, de ahí las significativas  
contradicciones del discurso moderno que se notan en la dicotomía: individualismo/ bien  
común, esclavitud/libertad, agricultura/industrialización, igualdad formal ante la  
ley/desigualdad material de toda índole.  
En cuanto a las significativas contradicciones que identifican en su interior al discurso  
de la modernidad, configurado a partir de la articulación dialéctica de variadas influencias,  
el trabajo de Arriola y Bonilla (2011), efectúa aportes reveladores para diferenciar dos  
categorías asumidas como sinónimos: (liberalismo e ilustración) cuando en la realidad  
histórica concreta se expresaron como dos movimiento filosóficos que, a pesar de su  
entrelazamiento, terminan por postular relatos políticos y prácticas claramente  
diferenciadas. A juicio del autor, se trata de las dos tradiciones filosóficas más importantes  
al momento de modelar la cultura política de la civilización occidental. Tanto el liberalismo y  
la ilustración convergen en afirmar la supremacía del individuo-ciudadano como actor  
protagónico en la construcción de la realidad política, junto la necesidad de secularización  
del estado, por ello el surgimiento del estado laico propio de la modernidad y la concepción  
racionalista de la vida que se sustenta en la ciencia y la tecnología como dispositivos de  
saber y poder, contrarios a los dogmas de fe.  
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En lo concerniente a los choques dialécticos entre liberalismo e ilustración, Arriola y  
Bonilla (2011), refiere que el planteo del movimiento iluminista terminó configurando un  
programa político mucho más radical que el diseño liberal. Para los primeros, no había  
reparos en la necesidad de imponer, si era preciso, una estructura racionalista de poder si  
ello se hacía para mejorar sustancialmente a la condición humana, mientras que, los  
liberales clásicos se identificaban por defender en todo momento un discurso humanista que  
se oponía a toda forma de arbitrariedad (racional o irracional) como imposición en los  
mundos de vida de las personas, por considerarla contraria a la libertad natural que aboga  
por la construcción continua de consenso en un espacio intersubjetivo de deliberación. De  
modo que, la tradición iluminista terminó por justificar, al menos en el plano de la reflexión  
filosófica, el avasallamiento del individuo en nombre de una suerte de razón instrumental  
que no aceptaba cuestionamiento en su afán de producir una mejor realidad, motivo por el  
cual, aunque se habla de un movimiento liberal-ilustrado a modo de una misma experiencia  
discursiva, lo cierto del caso es que entre ambos constructos se dan un conjunto de  
tensiones y paradojas poco estudiadas aun por los investigadores hispanoparlantes.  
Al decir de Guadarrama (2015), el discurso ilustrado tuvo un formidable espacio  
de acogida en los territorios hoy latinoamericanos, al tiempo que sirvió de motivo para  
generar las primeras discusiones serias sobre derechos naturales para todos y gobierno  
popular, entendiendo lo popular claro estáen un sentido restringido donde las elites  
criollas terminan por monopolizar en sus intereses la representación de todo el pueblo. A  
pesar de eso, la corriente ilustrada aportó a los intelectuales latinoamericanos de la época,  
una perspectiva humanista próxima a la democracia y a los derechos naturales, en tanto  
antecedentes decimonónicos de lo que hoy son los derechos humanos. Como bien señalan  
Villasmil y Berrios (2015):  
“(…) no es hasta el advenimiento de la modernidad política en la segunda mitad  
del siglo XVIII, en el contexto de la ilustración y sus variadas corrientes de  
pensamiento (liberalismo, empirismo y racionalismo, entre otras), cuando la  
democracia va a ser asumida como un proyecto histórico viable que debe darle  
contenido ético, político y ontológico a los emergentes Estado liberales o Estados  
de Derecho, que habían surgido a través de la crisis histórica generada por las  
revoluciones políticas y económicas sucedidas en el siglo de las luces, entre las  
que destacan por su impacto internacional: la revolución industrial (1750), la  
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independencia de las trece colonias angloamericanas (1777), la revolución  
francesa (1789) y, en la primera mitad del siglo XIX, los procesos de ruptura con  
los nexos colonia les de la mayoría de las colonias iberoamericanas” (2015: 65).  
En este sentido, no debe pensarse que el ideal democrático primero y la poliarquía  
después surge automáticamente luego del colapso del absolutismo monárquico en Francia  
o en las colonias de ultramar. Se trata, más bien, de un proceso lento que se mueve con  
avances y retrocesos, que incluso al día de hoy le falta mucho por transitar. Tampoco, debe  
confundirse el iluminismo y el liberalismo con la democracia propiamente dicha, porque,  
aunque el núcleo gnoseológico duro de las democracias subyace en el liberalismo clásico,  
las poliarquías contemporáneas son subsidiarias también de otras ideológicas, como el  
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socialismo , el anarquismo y la doctrina social de la iglesia.  
En lo específico las proto-democracias modernas, se identifican al decir de Romero  
y Romero (2005), por los conceptos que siguen: a) soberanía popular, b) libertad de ser y  
hacer en un marco regulado por la ley, c) igual política de todos los ciudadanos por ante la  
ley, d) construcción de consensos colectivos sobre temas de intereses general, sin suprimir  
los disensos, e) el gobierno como máxima representación de la voluntad general, f) fomento  
de la participación ciudadana en los espacios decisionales y como ente controlar de estos  
espacios de poder vinculante (contraloría social), g) un ambiente propicio para el  
pensamiento crítico y la controversia ante los actores de poder, h) elecciones con un mínimo  
aceptable de transparencia e imparcialidad para designar los cargos de representación  
popular, i) toma de decisiones abiertas y flexibles, nunca irreversibles con base a  
dogmatismos ideológicos, j) aunque en la democracia se impone el criterio político de la  
mayoría se respeta y defienden los derechos de la minorías.  
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Para Hobsbawm (2009), la democracia moderna tiene en la burguesía su principal protagonista.  
En consecuencia, más allá de su formación discursiva en la práctica se trata de un sistema político  
que privilegia los intereses de la burguesía y se sustenta en relaciones capitalistas de producción  
material. De este modo, la democracia liberal es la reacción histórica burguesa que se erige contra  
la aristocracia nobiliaria y el sistema de producción feudal. Por su parte, este historiador británico  
identificado con la tradición marxista muestra que ideas como: el estado de bienestar, los sindicatos  
o la democracia social provienen no del liberalismo, sino de grupos socialistas que lucharon desde  
el siglo XIX para crear mejores condiciones de vida en las clases trabajadores que vivían en las  
democracias centrales del occidente hegemónico. Es precisamente por estas luchas progresistas  
que, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, se incluye el catálogo de  
derechos socioeconómicos y culturales, que vienen a complementar a los derechos políticos y las  
libertades civiles proclamadas como bandera del liberalismo clásico o ilustrado.  
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Estas ideas conforman la maqueta axiomática del proyecto democrático liberal, pero,  
sin embargo, muchos de estos elementos se fueron desarrollando de forma muy lenta, de  
un país a otro en distintos momentos históricos, no como concesiones del estado, sino como  
el resultado de cruentas luchas encausadas por sectores de la sociedad civil organizada  
que reaccionar legitimante para ser incluidos de forma plena en la categoría de ciudadano,  
tal es el caso, por ejemplo, de minorías étnicas, como los afroamericanos en EE. UU. Que  
tras la impronta de líderes como Martin Luther King adquieren derechos civiles a penas en  
los años 60 del siglo XX, o las mujeres históricamente relegadas a los cuidados del hogar,  
por una sociedad de franco carácter machista y patriarcal, o las personas sexo-diversas  
confinas a la clandestinidad por el paradigma heteronormativo que impone el biopoder con  
una construcción binaria de género.  
En el caso latinoamericano, el paso de la proto-democracia a las poliarquías  
contemporáneas fue lento y tardío, de hecho, cualquier revisan pormenorizada al  
constitucionalismo latinoamericano, tal como la efectuada por Rolla (2012), demuestra que  
el advenimiento del orden republicano en la región limitó la noción de ciudadanía, con todo  
lo que ella representa a ciertas elites, personificadas por los blancos solventes  
económicamente (terratenientes, de profesiones liberales, comerciantes, políticos  
y
militares), quedando grandes sectores de la nación latinoamericana, como los indios,  
negros, mujeres y personas del común en general a una suerte de ciudadana simbólica de  
segunda o tercera categoría. Villasmil y Jimenez (2015), señalan que la supremacía de la  
etnia blanca había sido constante en la sociedad colonial y finiquitada la independencia se  
refuerza aún más en las ideas positivistas que sirvieron de guía doctrinal para la  
organización de las emergentes repúblicas, mucho más cuando estas ideas condenan a las  
culturas africanas y a los puebles indígenas ancestrales a la condición de barbaros,  
condición premoderna que debe ser superada por la imposición del modelo civilizacional del  
occidente hegemónico, racional, moderno y blanco.  
Verdaderamente el discurso liberal clásico que se contentaba con la proclamación de  
la igualdad formal ante la ley no se traducía, en ningún caso conocido, en las condiciones  
nimias necesarias para el logro de una ciudadanía material, que significara un umbral  
mínimo de equidad y justicia social. Por lo demás,  
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Dentro del impulso revolucionario producido por los movimientos de  
independencia, las ideas liberales dejaron huellas evidentes en los primeros  
textos constitucionales de América Latina, que se dirigen, sobre todo, a la  
introducción de correctivos a la concentración del poder, bien a través del  
reconocimiento del principio de la separación de poderes, bien mediante el  
criterio de la alternancia en el gobierno en virtud de la prohibición de reelección  
de los cargos(Rolla, 2012: 331).  
Volviendo a Romero y Romero (2005), el aporte de las democracias liberales  
radica en instaurar a nivel de los imaginarios colectivos de la política, la premisa de que el  
poder político se origina en todo momento en la voluntad de las mayorías y que, de igual  
modo, existen límites matariles y objetivos a este poder racional, que se expresan en los  
derechos inalienables de las personas, derechos que no están sujetos a la voluntad  
caprichosa de los gobernantes sino que emergen de la dignidad humana y, en  
consecuencia, son de estricto cumplimiento. El planteo liberal clásico tuvo plena conciencia  
de que no era viable, ni útil, ni bueno, el desarrollo de un poder sin cortapisas ni límites,  
porque sin duda, se convertiría en un dispositivo arbitrario para violentar la vida de las  
personas, de ahí que, precisamente el estado de derecho que caracteriza la concepción  
liberal del poder sea, simplificando las cosas, una suerte de muro de contención de los  
poderes despóticos que existen en todas las sociedades humanas (Villasmil, 2019).  
En síntesis, el programa proto-democrático contiene en germen las principales ideas  
seminales que se irían materializando en las poliarquías contemporánea con un ritmo y  
alcance social que varía de un país a otro. Este programa fue replicado por la mayoría de  
las repúblicas de la región que lograron su independencia política en la primera mitad del  
siglo XIX. No obstante, la acogida formal de los principios liberales no ha sido suficiente  
para estructurar democracias sustantivas en Latinoamérica aun hoy entrado el siglo XXI,  
democracias despojadas de las luchas fratricidas, del caudillismo, del populismo o  
neopopulismo, entre otros fenómenos que obstaculizan el desarrollo de una ciudadanía de  
alto nivel y que proporcionan unos niveles mínimos de calidad de vida a la mayoría de las  
personas.  
Por estas razones, Pabón (2019), afirma que la democracia en América Latina es un  
modelo en crisis. Para justificar esta afirmación señala los grandes fracasos de estas  
democracias. A su modo de ver, las principales problemáticas de las democracias  
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meridionales están asociadas a las insuficiencias del constitucionalismo histórico que se ha  
instrumentalizado en las sociedades del sur, criterio este del cual nosotros diferimos toda  
vez que la mayoría de nuestras constituciones se insertan, sin tenciones, en el espacio  
discursivo de la modernidad y, sin embargo, no han podido superar las prácticas de  
modernidad segmentada. Como alternativa Pabón (2019), propone un modelo  
constitucional próximo a la propuesta de Luigi Ferrajoli, quien apuesta por una constitución  
rígida y un estado constitucional abierto a la globalización, con una soberanía limitada por  
la primacía de los Derechos Humanos y el control de los sistemas universales y regionales  
que garantizan el estricto cumplimiento de los mismos.  
3. Artífices de la idea moderna de democracia  
La democracia moderna que inicia con lo que hemos denominado proto-democracia  
y que muy poco tiene que ver ya con la idealizada democracia directa de los antiguos, resulta  
de la combinación de distintas tradiciones filosóficas e ideológicas. No obstante, conviene  
mirar arqueológicamente estas influencias desde la impronta de algunos de sus artífices  
más destacados, bien sea por la relevancia de sus planteamientos o por la acogida que  
tuvieron para el desarrollo de los grandes acontecimientos políticos del momento en que les  
tocó vivir. Específicamente, centraremos la mirada en cuatro intelectuales que impulsaron  
con sus ideas vanguardistas el tránsito del ancien régime a la modernidad, nos referimos a:  
Baruch de Spinoza (1632-1677), Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), Maximilien  
Robespierre (1758-1794) y Alexis de Tocqueville (1805-1859).  
Spinoza es un judío holandés del siglo XVII que desarrolló un sistema filosófico  
monista, panteísta y metafísico en el contexto de las reformas religiosas que desembocarían  
en las iglesias protestantes y la paz de Westfalia. En su concepción política ve la democracia  
como una forma de gobierno racional que mejor se adapta a los imperativos categóricos de  
la condición humana, que en su movimiento existencial busca su libertad y felicidad. Por  
ello, Hurtado (2008), confirma que en Spinoza la democracia es el sistema político racional  
más justo por cuanto prima, en el, la búsqueda del bienestar de la comunidad en un clima  
que afianza las libertades individuales. De hecho, “Pomos decir entonces que para Spinoza  
el único estado racional es la democracia” (2008: 2). Por el contrario, las demás formas de  
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gobierno históricamente existentes, aunque significan la superación del estado de  
naturaleza y producen una comunidad supeditada a una estructura de poder vinculante, son  
prerracionales porque desconocen los derechos naturales de las personas y suprimen toda  
su libertad de ser y hacer.  
En su obra cumbre: Tratado teológico-político publicado originalmente en 1670,  
Spinoza postula en el gobierno del pueblo, una era moral cualitativamente superior–  
basada en el voto popular y la sociedad laica que vendría a cerrar las brechas de la época  
del absolutismo monárquico y de las polémicas ocasionadas por las innumerables reformas  
religiosos. Su concepción de democracia no es ya la concepción antigua, representa más  
bien un puente entre las ideas escolásticas y los que posteriormente vendrían a proclamar  
los filósofos modernos, que en buena medida tienen una deuda con sus principales  
argumentos. En lo concreto, para él, la democracia emana de la ley natural que busca  
preservar la vida, la razón y la libertad, por lo que afirma:  
El derecho de dicha sociedad se llama democracia; ésta se define, pues, como  
la asociación general de los hombres, que posee colegialmente el supremo  
derecho a todo lo que se puede. De donde se sigue que la potestad suprema no  
está sometida a ninguna ley, sino que todos deben obedecerla en todo” (Spinoza,  
2
002: 200).  
Cuando Spinoza afirma que la potestad suprema no está sometida a ninguna ley, se  
refiere al hecho de que esta potestad o mejor dicho forma de autoridad, que Rousseau  
define posteriormente como la voluntad general y que en el marco de la revolución francesa  
sucedida, casi 150 años después, se expresa en la asamblea constituyente, estructura las  
bases de la concepción moderna del ejercicio del poder, que surge no de la voluntad de un  
monarca revestido de una supuesta legitimidad de origen divino, sino de la asociación  
general de hombre libres e iguales que seden voluntariamente cuotas de su libertad para  
pactar un orden social que los beneficie a todos. De lo que se infieren dos conclusiones  
básicas, por una parte, la democracia permite a los ciudadanos el derecho supremo de  
construir su propia realidad, mediante la asocian general de las conciencias racionales que  
termina por empoderar a todos por igual y; por la otra, el ejercicio democrático del poder es  
la ley en sí mismo, que se desarrolla a través un modelo contractualista, tal como en su  
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momento lo había planteado Hobbes, pero bajo un perfil autoritario que le da la hegemonía  
al príncipe en detrimento de la asociación general de los hombre, como señala (Bobbio,  
1
992).  
Al igual que Spinoza, Jean-Jacques Rousseau también es partidario de la filosofía  
política contractualista, quizá, por es el que proporciona el relato más verosímil a la hora de  
dar explicación al origen y fundamento del orden establecido desde unas coordenadas  
distintas a la metafísica o al providencialismo religiosa, que le asigna a Dios el protagonismo  
en la historia. No obstante, defiere del filósofo holandés en cuanto a su optimismo  
exacerbado por la democracia, ello por distintas razones que conviene clarificar de  
antemano. Aunque la obra de Rousseau será considerada por los pensadores y políticos  
posteriores tales como la generación independentista latinoamericanacomo un  
antecedente básico para el diseño democrático, el ginebrino no intuye en el poder del pueblo  
una forma de gobierno diferente a la experiencia de democracia directa de los antiguos  
griegos. Precisamente es por este motivo que en el contrato social afirma categóricamente  
que:  
“Por lo demás, ¡cuántas cosas difíciles de reunir no supone este gobierno!  
Primeramente, un estado muy pequeño, en que el pueblo sea fácil de congregar  
y en que cada ciudadano pueda fácilmente conocer a los demás; en segundo  
lugar, una gran sencillez de costumbres, que evite multitud de cuestiones y de  
discusiones espinosas; además, mucha igualdad en las categorías y en las  
fortunas, sin lo cual la igual no podría subsistir por largo tiempo en los derechos  
y en la autoridad (…) Si hubiese un pueblo de dioses, se gobernaría  
democráticamente. Mas un gobierno tan perfecto no es propio para los hombres”  
(Rousseau, 2004: 95-96) (resaltado nuestro).  
Esta opinión de Rousseau era normal para la época, porque muchas de las  
autoridades filosóficas como Platón, Aristóteles o Tomas de Aquino ya se habían  
pronunciado de forma crítica ante la democracia, catalogándola de degeneración del poder  
político. De este modo, el autor del Contrato Social no es necesariamente un pensador  
moderno stricto sensu, sino más bien, a nuestro modo de ver, un filósofo ubicado en las  
postrimerías del antiguo régimen, que intentó fundamentar el salto político a la modernidad  
republicana.  
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Por su parte, Vergara (2012) afirma, por el contrario, que Rousseau instaura una  
novedosa concepción participativa de la democracia, sustentada en los principios de la  
soberanía popular y de voluntad general, con mucha relevancia para los tiempos actuales.  
Esta afirmación la efectúa con base al hecho, de que Rousseau entiende con una claridad  
meridional que:  
“(…) nadie puede representar al pueblo mejor que él mismo. Consecuentemente,  
su propuesta es hacer del pueblo el Soberano: “Y éste no podría hacerse a  
menos que el pueblo y el Soberano fueran una misma persona. Se desprende  
que yo hubiera querido nacer bajo un gobierno democrático prudentemente  
moderado” (2012: 32).  
En orden de ideas, Vergara (2012) enfoca su argumento en el interés rousseauniano  
por examinar el acto primario por medio del cual el pueble se edifica asimismo como sujeto  
colectivo protagonista de la historia mundial. Lo que conlleva a la articulación de las fuerzas,  
voluntades e interés de todos y cada uno de sus miembros activos: “pero siendo la fuerza y  
la libertad los primeros instrumentos de su conservación ¿cómo las comprometerá sin  
perjudicarse y descuidar los cuidados que se debe a sí mismo?” (Rousseau, citado por:  
Vergara, 2012: 38). De ahí que, el contrato social como espacio material y simbólico debe  
dar respuesta a este interrogante para el logro de los consensos fundamentales que dotan  
de forma y contenido al modelo de sociedad que se tiene o que se quiere construir. En  
consecuencia, su idea contractualista define entre sus tareas primeras relacionar la fuerza  
y la voluntad general de un orden estable que desemboque en: “(…) una nueva forma de  
asociación que defiende y proteja con toda la fuerza común a la persona y los bienes de  
cada asociado, y por la cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca, sin embargo, más  
que a sí mismo y quede tan libre como antes” (Rousseau, citado por: Vergara, 2012: 38).  
En esta nueva o renovada forma de asociación está la esencia de la democracia para  
muchos estudiosos de este pensamiento.  
A pesar de que no es el propósito de esta investigación dar cuenta del estado actual  
del debate existente en torno al carácter democrático, o no, de la obra de Rousseau, interesa  
mostrar el lector un pequeño ejemplo de las críticas que se han proporcionado al respecto.  
Al decir de Cobo (1996), el planteo político básico de Rousseau tendría, para algunas  
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lecturas alternativas, alguna responsabilidad en los totalitarismos del siglo XX, porque  
otorga el poder absoluto en entidades abstractas como la voluntad general o el pueblo, al  
tiempo que pierde de vista los proyectos de vida de las personas en concreto, que afín de  
cuentas tienen la soberanía de sus vidas muchos antes del momento político metafórico del  
contrato social. Estas diatribas no pueden negar, sin embargo, que el pensamiento político  
de Rousseau sea una apelación fuerte a la libertad y a la igualdad, lo que justifica su  
condición de referencia argumentativa para todos aquellos sectores que desean que el  
poder sea distribuido equitativamente entre los ciudadanos.  
Maximiliano Robespierre también conocido como el incorruptible no es, a diferencia  
de los casos anteriores, un filósofo de la política propiamente dicho, sino un actor político  
que desempeñó un liderazgo fundamental en el desarrollo de uno de los acontecimientos  
más relevantes de la historia humana, como lo fue la revolución francesa de 1789. Y aunque  
su vida política estuvo signada por el radicalismo y los excesos planeados y ejecutados por  
él mismo, en el reinado del terror (1793-1794), sus ideas democráticas, al menos en el plano  
teórico-discursivo poseen mucha coherencia. En su discurso por ante la Convención  
Nacional en 1794 expone su definición del poder del pueblo o gobierno del pueblo y aduce  
que:  
"
La democracia es un Estado en el que el pueblo soberano, guiado por leyes que  
son de obra suya, actúa por sí mismo siempre que le es posible, y por sus  
delegados cuando no puede obrar por sí mismo Pero ¿cuál es el principio  
fundamental del gobierno democrático o popular, es decir, el resorte esencial que  
lo sostiene y que le hace moverse? Es la virtud. Hablo de la virtud pública, que  
obró tantos prodigios en Grecia y Roma, y que producirá otros aún más  
asombrosos en la Francia republicana; de esa virtud que no es otra cosa que el  
amor a la Patria y a sus leyes. Pero como la esencia de la República o la  
democracia es la igualdad, el amor a la patria incluye necesariamente el amor a  
la igualdad” (citado por: Martínez, 1989: 42).  
Y, seguidamente argumenta que:  
Sólo en la democracia es el Estado verdaderamente la Patria de todos los  
individuos que lo componen, y puede contar con tantos defensores interesados  
en su causa como ciudadanos tenga. Si Atenas y Esparta triunfaron de los tiranos  
de Asia y los suizos de los tiranos de Austria y España, no hay que buscar otra  
causa que ésta. Pero los franceses son el primer pueblo del mundo que ha  
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establecido una verdadera democracia, llamando a todos los hombres a la  
igualdad y a la plenitud de los derechos de ciudadanía; ésta es, a mi juicio, la  
verdadera razón por la cual todos los tiranos coaligados contra la República serán  
vencidos(citado por: Martínez, 1989: 43).  
De este fragmento resaltan varios elementos de interés que requieren de su debida  
explicación. A diferencia de la democracia directa de los antiguos, donde los sujetos políticos  
en la condición de ciudadanos se encargaban, sin ninguna forma de intermediación o  
representación, de gestionar los asuntos concernientes a la vida de la polis, el incorruptible  
afirma en un contexto muy diferente, como los es la Paris de la segunda mitad del siglo  
XVIII, que la democracia es un modelo en el cual y por el cual el “pueblo soberano, actúa  
por sí mismo siempre que le es posible, y por sus delegados cuando no puede obrar por sí  
mismo.” Esto significa que, Robespierre postula una democracia diferente a la de los  
antiguos y sabe que, en su momento histórico, todas las experiencias de democracia  
imaginables, requieren como condición de su posibilidad, de la representación, ejercida por  
una clase política profesional encargada de conducir el Estado. Esta realidad no niega que,  
en ocasiones particulares los ciudadanos tengan a su disposición un conjunto de  
herramientas que permitan su participación política directa más allá del acto del sufragio.  
Por lo anterior, es al calor de la revolución francesa donde se instituye un modelo  
democrático que conjuga la participación activa de la ciudadanía y el principio de la  
representación política. Se trata de lo que, al día de hoy, el constitucionalismo  
contemporáneo define como democracia participativa. En este sentido, en la constitución  
política de Colombia de 1991 (vigente), se indica taxativamente cuáles son las principales  
formas de participación política de la ciudadanía, que más allá de las distancias contextuales  
y temporales no distan mucho de los principios formulados por los jacobinos y girondinos:  
“Artículo 40. Todo ciudadano tiene derecho a participar en la conformación,  
ejercicio y control del poder político. Para hacer efectivo este derecho puede:  
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. Elegir y ser elegido.  
. Tomar parte en elecciones, plebiscitos, referendos, consultas populares y otras  
formas de participación democrática.  
. Constituir partidos, movimientos y agrupaciones políticas sin limitación alguna;  
formar parte de ellos libremente y difundir sus ideas y programas.  
. Revocar el mandato de los elegidos en los casos y en la forma que establecen  
la Constitución y la ley.  
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. Tener iniciativa en las corporaciones públicas.  
. Interponer acciones públicas en defensa de la Constitución y de la ley.  
. Acceder al desempeño de funciones y cargos públicos, salvo los colombianos,  
por nacimiento o por adopción, que tengan doble nacionalidad. La ley  
reglamentará esta excepción y determinará los casos a los cuales ha de  
aplicarse” (Asamblea Constituyente, 1991: artículo 40).  
Otro elemento que requiere de un tratamiento hermenéutico particular por su  
posterior impacto en los sistemas políticos de la modernidad, es la idea de igualdad que  
Robespierre asume en su discurso como esencia de la república para terminar alegando  
que: “el amor a la patria incluye necesariamente el amor a la igualdad. Para los liberales  
de la ilustración, la igualdad se limita al principio de igualdad formal ante ley, lo que  
significaba que en teoríatodos y cada uno de los ciudadanos tiene acceso a los mismos  
derechos y a los mismos deberes sin ninguna distinción.  
En este caso se trata de una igualdad formal que demostró tener muy poco impacto  
en la reducción de las asimetrías sociales que colocan a unos ciudadanos en mejores  
posiciones que otros, para acceder a la justica y participar en el ejercicio del poder. Por su  
parte, los socialistas marxistas abogan por una noción de igualdad que rebasa con creces  
los formalismos de los derechos políticos y las libertades civiles; en su concepto interesa  
instaurar una noción de igual como justicia social que le proporcione a todos los ciudadanos  
las condiciones materiales suficientes y necesarias para el ejercicio de la ciudadanía y para  
acceder equitativamente a los bienes de valores de su comunidad. Según el historiador  
marxista revisionista Mazower (2017), en la práctica los estados socialistas del siglo XX,  
devenidos en estados totalitarios o autoritarios, terminaron por imponer una igual absoluta  
para el común de las personas, que terminó por encarnar, no a los principios de equidad y  
justicia, sino a un mecanismo perverso de control social que acabó por depauperar a todos  
por igual, en un clima de pobreza y precariedad que fue el resultado de la planificación  
central de la economía y de la estatización de la propiedad privada.  
En este sentido la imposición de la supuesta igualdad concluye siendo la excusa de  
los estados totalitarios para estructurar su dominación permanente en el cuerpo social.  
Consciente de esta penosa situación Sartori (1988), argumenta:  
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La condición bifronte del concepto de igualdad se comprueba aun mejor si se  
examina la igualdad en relación a la libertad, pues la igual puede ser el  
complemento ideal de la libertad o su peor enemigo. La relación entre ambos  
es una relación de amor-odio, dependiendo de si deseamos una igualdad que se  
adecue a la diversidad o una igualdad que ve la desigualdad en cada diferencia.  
Y, sin duda, cuando más se considera la igualdad como identidad, más aversión  
hacia la variedad, la autoafirmación y la eminencia…” (1988: 414-415) (negritas  
añadidas).  
La concepción de igualdad que defendía Robespierre, no en sus discursos,  
proclamas o manifiestos, sino en su acción política concreta era abiertamente  
antidemocrática. Ese radicalismo y anticlericalismo exacerbado produje y reprodujo en  
Francia el caos y la destrucción y, convirtió al modelo revolucionario francés en el imaginario  
de las generaciones venideras en una opción no válida para edificar repúblicas modernas.  
De ahí que, personalidades como: Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Antonio Nariño o  
José de San Martin, optaron en su momento por el modelo político y constitucional que  
surgió del proceso de emancipación de las trece colonias angloamericanas, por considerarlo  
más viable y adaptable a las realidades de la América meridional. Pero a pesar del trágico  
desenlace de la revolución francesa muchas de sus piezas discursivas como la Declaración  
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano del 1789, se constituyeron en un aporte  
invalorable para las elites criollas que apostaron, en la primera mitad del siglo XIX, por  
desmantelar las relaciones asimétricas de poder que les condenaron por más de tres siglos  
a la condición de vasallos y subordinados por ante el poder de la metrópolis.  
En consecuencia, los tres primeros artículos de la Declaración de los Derechos del  
Hombre y del ciudadano se mantuvieron como una constante en los discursos y saberes  
que justificaron la independencia y sirvieron, seguidamente, de guía doctrinal para la  
construcción paulatina de las democracias del sur.  
Artículo 1. - Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las  
distinciones sociales sólo pueden fundarse en la utilidad común.  
Artículo 2.- La finalidad de toda asociación política es la conservación de los  
derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Tales derechos son la libertad,  
la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.  
Artículo 3.- El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación.  
Ningún cuerpo, ningún individuo, pueden ejercer una autoridad que no emane  
expresamente de ella” (Asamblea Nacional Constituyente, 1789: s/p).  
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En buena medida este texto estuvo inspirado en la declaración de Independencia  
estadounidense y en documentos anteriores de este proceso como la Declaración de  
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Derechos del Buen pueblo de Virginia de 1776 . Un conocedor privilegiado de este momento  
político sucedido en América del Norte, fue el francés Alexis de Tocqueville que describió  
con lujo de detalles las impresiones que le formaron en su agudo intelecto el contacto directo  
con la primera democracia liberal del continente americano. A juicio de Aguilar (2008), la  
obra de Tocqueville es fundamental para comprender el problema de la democracia, no ya  
desde la reflexión filosófica únicamente, sino desde el estudio de caso que implica recabar  
evidencia empírica concreta con los sujetos, cuerpos normativos e instituciones  
protagonistas del fenómeno democrático en la América del norte, espacio en el cual se  
instauró un modelo de sociedad opuesto a la aristocracia fundada en la negación de la  
igualdad y en los privilegios hereditarios como fundamento del poder.  
De modo tal que la obra clásica de Tocqueville La democracia en América publicado  
en varios tomos entre 1835 y 1840, figura como un trabajo más próximo a los estudios de  
campo o de etnografía urbana que identifican a las ciencias sociales de la actualidad. Pero  
al mismo tiempo el autor defiende su concepción particular de la democracia de forma bien  
argumentada, como de hecho demuestra la lectura de sus obras. Al decir de Nolla (2007),  
el trabajo de este insigne pensador devela el proceso político mediante el cual los hombres  
son paulatinamente cada vez más iguales, pero no necesariamente más libres. Su estudio  
de la democracia norteamericana fue la excusa para elaborar una teoría de la democracia  
3
En esta declaración se lee de manera similar que: “1. Que todos los hombres son por naturaleza  
igualmente libres e independientes, y tienen ciertos derechos inherentes, de los cuales, cuando  
entran en un estado de sociedad, no pueden ser privados o postergados; en esencia, el gozo de la  
vida y la libertad, junto a los medios de adquirir y poseer propiedades, y la búsqueda y obtención de  
la felicidad y la seguridad. 2. Que todo poder reside en el pueblo, y, en consecuencia, deriva de él;  
que los magistrados son sus administradores v sirvientes, en todo momento responsables ante el  
pueblo. 3. Que el gobierno es, o debiera ser, instituido para el bien común, la protección y seguridad  
del pueblo, nación o comunidad; de todos los modos y formas de gobierno, el mejor es el capaz de  
producir el máximo grado de felicidad y seguridad, y es el más eficazmente protegido contra el  
peligro de la mala administración; y que cuando cualquier gobierno sea considerado inadecuado, o  
contrario a estos propósitos, una mayoría de la comunidad tiene el derecho indudable, inalienable e  
irrevocable de reformarlo, alterarlo o abolirlo, de la manera que más satisfaga el bien común”  
(
Representantes del buen pueblo de Virginia, 1776: s/p). Muchas de las ideas presentes en esta  
declaración fueron usadas casi de forma textual por Simón Bolívar, su discurso ante congreso de  
Angostura de 1819.  
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en general capaz de articular, en un mismo sistema de gobierno, la negación de toda forma  
de despotismo con el equilibrio preciso entre libertad e igualdad.  
Para el, el advenimiento de la época democrática no solo trajo consigo cambios  
legales e institucionales, implicó también una nueva forma de sociabilidad y de mentalidad  
para desarrollar las relaciones entre las personas y, entre las personas y el estado de  
derecho:  
Pero he aquí que las clases se confunden; las barreras levantadas entre los  
hombres se abaten; se divide el dominio, el poder es compartido, las luces se  
esparcen y las inteligencias se igualan. El estado social entonces vuélvese  
democrático, y el imperio de la democracia se afirma, en fin, pacíficamente tanto  
en las instituciones como en las conciencias” (Tocqueville, 1963: 07).  
El entusiasmo que se desprende de la lectura de Tocqueville sobre las contribuciones  
de la democracia como poder compartido donde “las luces de la inteligencia se igualan y las  
clases se confunden” y del estado liberal a la humanidad, vienen a confirmar en el imaginario  
colectivo de la época los postulados de la ilustración y su fe en la capacidad racional del  
hombre para edificar un mundo mejor en función de sus verdaderas necesidades y  
aspiraciones. La experiencia primera de la confederación de las trece colonias  
angloamericanas, constituidas desde 1776 como los Estados Unidos de Norteamérica  
demuestra en los hechos que, si era posible edificar un orden de cosas más allá del  
absolutismo monárquico, el colonialismo y los dogmas religiosos que tanto daño había  
ocasiona hasta entonces. Era la época de la libertad, la igualdad y la fraternidad, aunque  
estos conceptos -y sus consecuentes beneficios- solo aplicaran a un grupo reducido de  
personas. Recuérdese que para ese momento EE. UU., sigue siendo una sociedad  
esclavista y racista.  
Según Hermosa (2005), el modelo democrático de Tocqueville compendia los aportes  
de los pensadores que lo anteceden y configura una teoría política con planteamientos  
concretos que valoran la descentralización política y administrativa, el pluralismo social, el  
tema electoral, la división de poderes y la tiranía, al tiempo que da cuenta de las principales  
amaneces que identifica puede sufrir toda democracia. En el campo de las grandes  
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amenazas que visualiza como fuerzas antagónicas a la democracia, destacan la relección  
presidencial, institución por lo demás nefasta para la historia latinoamericana, porque:  
“Cuando el jefe del Estado es reelegible, el Estado mismo es el que intriga y  
corrompe - El deseo de ser reelecto domina todos los pensamientos del  
presidente - Inconveniente de la reelección, especialmente en Norteamérica -  
El vicio natural de las democracias es el servilismo gradual de todos los poderes  
a los menores deseos de la mayoría La reelección del Presidente favorece ese  
vicio” (Tocqueville, 1963: 149).  
En esta línea de pensamiento, la democracia no puede resultar en la dictadura de la las  
mayorías; es por eso cuando Rousseau diseñó el concepto de voluntad general no estaba  
refiriéndose a la voluntad de la mayoría únicamente, hacía alusión a la voluntad de la  
mayoría y minoría juntas ancladas a un marco de racionalidad que le impedía, incluso al  
pueblo soberano, en tanto autoridad máxima e indiscutida del orden republicano, no hacer  
lo que le venga en gana, sino únicamente lo útil y conveniente para el mantenimiento del  
orden establecido. Por ejemplo, incluso una asamblea constituyente no puede convocarse  
con el propósito de destruir a la nación que representa, de ahí que todo poder encuentra  
sus límites lógicos en la razón. Por ello, Tocqueville teme justificadamente de los excesos  
que pueden derivarse de un presidencialismo exacerbado sustentado en los deseos de una  
mayoría circunstancial, devenida en servil; sin duda, la aparición recurrente del caudillismo  
y el personalismo en Latinoamérica vendrían a confirmar sus temores en otro contexto.  
Hurtado (2008) concluye que el punto clave de la obra Tocqueville está en la idea y  
praxis de la soberanía popular como causa primaria de la democracia. Por tanto, la  
soberanía popular se constituye en la espina dorsal que edifica al poder del pueblo, ya que:  
La sociedad actúa por sí misma y para ella misma” (Hurtado, 2008: 16). De esta manera,  
en democracia todos los sujetos en la condición de ciudadanos participan de algún modo  
en el funcionamiento del aparato decisional, sin la coacción de fuerzas o poderes ajenos a  
la voluntad y conciencia propia, porque lo que podría suponerse que todos gobiernan de  
una forma u otra: “Los halagos de Tocqueville a la soberanía popular suponen la  
materialización y el triunfo de la voluntad general… La defensa de la libertad conduce  
irremisiblemente a la libertad de todos y el gobierno de todos” (Hurtado, 2008: 16).  
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Conclusiones  
Conviene aclarar que los autores reseñados como artífices de la idea moderna de  
democracia, conforman solamente una pequeña muestra fragmentaria, si se quiere  
aleatoria, de un catálogo mucho más amplio y polifónico, que no es nuestro propósito  
reconstruir aquí.  
A objeto de expresar en síntesis los aspectos centrales de este artículo, podemos  
retomar lo expresado por Parra (2018: 62-63): “El liberalismo y la ilustración abarcan el  
núcleo del pensamiento moderno (…) El liberalismo continental desarrolló la noción  
moderna de democracia. En sintonía con Rousseau defendió el derecho legítimo del pueblo  
para ejercer su soberanía y gobernarse a sí mismo en el marco de un sistema democrático.  
Puede decirse que esta vertiente liberal se interesó por la autodeterminación de la mayoría,  
y su libertad en un medio social conforme a la razón”.  
Referencias  
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